Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

Temblor en las aulas

Veintiocho días de expulsión pueden ser tomados como un periodo extra de vacaciones

Un profesor retiró el móvil con el que estaba realizando grabaciones en el aula a una alumna de un instituto de Loja y esta respondió de inmediato: le arrojó el ordenador portátil, que fue a estrellarse contra su rostro y le abrió una brecha digital en la nariz. El educador no ha denunciado la agresión, pero la menor ha sido expulsada del centro y continuará sus estudios en otro lugar. El episodio ejemplifica algunos de los problemas asociados al uso perverso de las nuevas tecnologías, como la adicción y la capacidad para aislarse del entorno o enrarecerlo, y constituye un síntoma meridiano de las barreras que encuentran muchos docentes para imponer su autoridad intelectual.

Tras el pasmo inicial, la lectura de la noticia me suscitó una pregunta. ¿Por qué los estudiantes entran a clase con el móvil encendido? Pueden dejarlo en una taquilla en la entrada o apagarlo de manera obligatoria, si estas taquillas no existen, o sufrir los efectos de un inhibidor si no cumplen la norma. En caso de que surja algún problema y sea necesaria una comunicación urgente, el centro dispone de un teléfono fijo desde el que puede llamar a la familia o recibir una llamada de ella. Después me vino el recuerdo del año 70 en que, en un colegio de Motril, un maestro le cruzó la cara varias veces a una chiquilla que no logró enumerar los ríos de España y al día siguiente se presentó la madre para decirle que la próxima vez le pegara más fuerte. De aquel monopolio de la violencia y el sadismo por parte de los adultos, hemos pasado a un mundo en el que demasiados jóvenes no saben qué hacer con su libertad. Quienes en la actualidad entran temblando a clase son muchos profesores desarmados para instruir a quienes no llegan educados de casa.

Después me asaltó la inquietud por el destino de tantos menores desaforados. Si no se los corrige, si no se busca y encuentra la forma de hacerles entender sus errores para que no vuelvan a cometerlos, difícilmente acabarán ningún tipo de estudio ni podrán establecer una relación armónica con los otros en el futuro. No alcanzará maestría en nada quien no atina a comportarse como un buen discípulo. Nunca hay que endurecer el castigo, pero conviene aprender que los actos tienen consecuencias: veintiocho días de expulsión pueden ser tomados como un periodo extra de vacaciones. Hay que proteger a los profesores. Y también a los chicos de sí mismos.

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