Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

Tiroteo

La Zona Norte es la cara oculta de un sistema caracterizado por la desigualdad extrema y el olvido de los más débiles

En la Zona Norte se ha hecho de noche: primero llegaron los cortes eléctricos y luego los asesinatos a pleno sol, uno por mes. Las primeras imágenes del correspondiente al jueves pasado las ofreció un magazín televisivo. Mostraban el cadáver de un chico marroquí tendido en el suelo de una corrala, y a su alrededor un grupo de personas de etnia gitana entre las que destacaban algunas menos preocupadas por su vida que por la osadía de haber ido a morir en las puertas de sus casas. Una mujer simuló un ataque de histeria, cogió la pistola con la que supuestamente se cometió el delito y desapareció con ella en presencia de varios agentes que descuidaron el primer mandamiento de cualquier actuación policial: despejar la escena del crimen. Todo apunta a que se trata de un ajuste de cuentas entre clanes del narcotráfico, y no faltarán quienes entiendan que nos hallamos ante la contemplación del mal en estado puro, o que murmuren "uno menos, ¡mejor!". De ahí a criminalizar a una raza, la gitana, a un colectivo, el inmigrante, o a toda la gente del barrio hay un paso, el que se suele dar en épocas de crisis económica aguda y prolongada.

La Zona Norte es la cara oculta de un sistema caracterizado por la desigualdad extrema y el olvido de los más débiles: de los que no hablan un idioma, sino un dialecto, o directamente en swahili; de los que viven en edificios sin nombre; de los que pueblan las colas del desempleo o sólo encuentran trabajos temporales, serviles y mal pagados; de los que no votan porque no figuran en el censo o perdieron la fe en los representantes públicos. Lo que se vive allí ya se ensayó en ciudades norteamericanas como Nueva York o Los Ángeles, en la Banlieue parisina, en el Brixton londinense y en muchos otros lugares de Europa. Todos fueron abandonados por las instituciones y, también, por lo que Galbraith llama "la mayoría satisfecha", por los acomodados que creían que cualquier programa de reinserción laboral, ayuda social o plan contra la drogodependencia suponía tirar el dinero, por los que pensaban que el pobre merece su pobreza… hasta que llegó la crisis y los empobreció también a ellos. Nos encontramos, pues, frente a un archipiélago de hechos aislados al que la intervención policial puede poner remedio temporal, pero no solución definitiva. Si no cambian las políticas públicas, habrá que convivir con el crimen para siempre. Quien no aguante el tiroteo, ya sabe lo que hacer: comprar un piso en Recogidas.

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