Rosa de los vientos

Pilar Bensusan

Trastornados por la hora

COMO si no hubiera ya cosas que nos trastornan, desde ayer todos los europeos estamos bastante más trastornados de lo habitual. El culpable, el reloj; mejor dicho, la Directiva Comunitaria que rige el Cambio de Hora -incorporada al ordenamiento jurídico español por Real Decreto 236/2002, de 1 de marzo-, dictada con un único objetivo: el ahorro energético. Pero la culpable tiene antecedentes lejanos en otra directiva de 1981, que se renovaba cada cuatro años, y antecedentes más remotos en la crisis del petróleo de los años 70, que obligó a generalizar esta rocambolesca medida a partir de 1974.

El resultado, para el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía, es de 300 millones de euros de ahorro, pero para los mortales de a pie es verdaderamente de muerte. Dificultades para dormir, sueño poco profundo, irritabilidad, torpeza, disminución del rendimiento en el trabajo, alteraciones en el apetito… Y los que se llevan la palma, los que padecen insomnio, un 10 por ciento de la población, que pueden tardar en recuperarse más de un mes, los ancianos y los niños. Estos últimos lo acusan bastante, sobre todo en junio-julio, convirtiéndose en una auténtica lucha el meterlos en la cama siendo completamente de día. Si a ello añadimos que pueden producirse más accidentes laborales o de tráfico, debido al sueño, a la desconcentración y al cansancio, y un considerable aumento en el consumo de somníferos, el cambio horario nos resulta excesivamente pernicioso.

Aunque no se piensen que el colectivo de afectados por el cambio de hora, que abogo por que se convierta en asociación debidamente registrada, no se contrae exclusivamente a los humanos. Los animales también se sienten seriamente perjudicados por semejante medida. Las vacas dan menos leche, las gallinas menos huevos, los pájaros cantan de noche, los animales domésticos se pasan una semana entera durmiendo… En fin, que este trastorno supremo es difícilmente compensable por un ahorro energético que luego se gasta en otros frentes. Además, el argumento del menor consumo lumínico es discutible, por lo menos en los hogares, porque las luces que encendíamos antes al caer la tarde, ahora las encendemos por la mañana y viceversa con el cambio horario de otoño.

Cuentas aparte, debería protegerse más la cronobiología que otra cosa, pues comporta salud y vivir a contra corriente del reloj interno que marca el ritmo de nuestro cuerpo puede que, al final, traiga más costes que el ahorro energético. Puestos a cambiar la hora, una más respecto al sol en verano y dos en invierno es lo mejor. Justo al contrario que ahora. Que les sea leve.

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