Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

Valores mínimos

Se abre paso la conciencia de buscar esos valores humanos que nos hacen habitable el mundo

Los que somos de tradición católica andamos confusos con la caída del pedestal de nuestra religión como la única, privilegiada y verdadera. Es lo que tiene vivir sin pedestales en este supermercado de las religiones tan americanizado y liberal en que se ha convertido la venta de la salvación ultra terrena. Desde que mataron unos cuantos intelectuales al Dios implacable y justiciero, el otro, el bondadoso y comprensivo, se nos aparece como fragmentario y disperso entre los mil colores y formas de las culturas que nos cuentan como religarnos con el todo.

Así, los cristianos de hoy, cuestionados en sus dogmas inmutables y devaluada su superioridad moral a base de bancos opacos, pederastias bajunas y falta de reflejos para acudir a la justicia humana, andamos en plena cura de tantos siglos de soberbia y tomando nota de cómo otras tradiciones (budismo, taoísmo y demás filosofía orientales) llevan mucho mejor temas como la relación con los placeres mundanos.

En esa humildad tan sanadora entra el saber que si tú rezas de rodillas no eres mejor ni estás más cerca de Dios que el que medita con la piernas cruzadas o haciendo posturas imposibles tipo yoga. Todo lo más, sabes que tú rezas solo para poder captar mejor el sonido del mundo y así poder distinguir, entre tanto ruido, la música callada que serena y enamora. Una música que resuena donde quiere, pues ya no tiene que combinarse con los acordes aprendidos desde críos.

Hay quien siente angustia, inseguridad, zozobra en este nuevo paradigma en el que la verdad ahora se presenta como atomizada y fragmentaria, ahora que hay que currársela y no nos las dan tan mascadita los domingos, con unos fieles propulsados hacia una mística activa con la que han de buscar por si mismos las verdades que ya no están sólo en los púlpitos.

En mitad de todo este nuevo caos tan contemporáneo e igualitario, se abre paso la conciencia de acudir, en mitad del omnipresente mercado en el que todo se ha convertido, a una política de mínimos en la que buscas con unos y con otros (ateos incluidos) esos valores humanos que nos hacen habitable el mundo. Y caminar juntos. Sin necesidad de proselitismo ni monsergas, tan solo compartiendo, que no era otro en esencia el mensaje, aquel del amor redentor, tan viejo, tan tierno y aún así tan vivo.

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