Crónicas Levantiscas

Juan Manuel Marqués Perales

jmmarques@diariodecadiz.com

Vengan naciones

Iglesias se alegra de que Teresa hable desde "la nación olvidada"; ya hemos escalado otro nivel desde la "nacionalidad histórica"

Andalucía es una nacionalidad histórica, según sentencia el primer artículo del Estatuto, cuyo preámbulo constituye un ejemplo de construcción de una realidad política, antes inexistente, con el objetivo de, en efecto, convertirnos en una nacionalidad histórica. Pablo Iglesias nos ha elevado de categoría al calificarnos de "nación olvidada", se alegra de que Teresa Rodríguez, victoriosa en la comunidad, reclame que Podemos-A sea como las mareas o como el PSC, otro partido. Ya veremos si es eso lo que, realmente, ha entendido Pablo.

Los argumentos empleados en el preámbulo del Estatuto son más bien flojitos: unas cuantas asambleas que hubo en Antequera y en Córdoba entre el siglo XIX y principios del XX que no eran fruto de un sentir popular, sino la iniciativa particular de algunos dirigentes federalistas, bienintecionados, no lo niego; embebidos de los aires románticos de aquellos años. Blas Infante, el único político citado en este preámbulo, del que se recuerda su título parlamentario de "padre de la patria andaluza", tampoco fue un dirigente popular, no encontró eco en un pueblo que se sentía tan español como andaluz, aunque su figura se ha convertido en una biografía ejemplar.

El único argumento de peso que se emplea en el Estatuto, que sirve para apoyar nuestra singularidad, pero no la nacionalidad, es que Andalucía fue la única comunidad que ganó su autogobierno en las urnas. Fueron las manifestaciones, esta vez sí populares, y la mayor parte de los partidos, a excepción de UCD y AP, quienes forzaron al Gobierno a convocar un referéndum que se ganó en las urnas y en los parlamentos. Pero eso fue entre 1977 y 1981, y en aquellas expresiones de la calle nadie pidió ser nación, ni nacionalidad, sólo un estatuto como el que tenía el País Vasco y Cataluña, a quienes se les restableció la legalidad republicana por decreto.

Sí, queríamos ser como Cataluña, ése era el sentir de aquellos años, pero hemos pecado de obsesionarnos en esta mimetización. La redacción del segundo Estatuto de autonomía sufrió un brusco cambio a raíz de cómo iba saliendo, a su vez, el nuevo Estatut. Como la mano de Maragall se le estaba yendo con los sueños melancólicos del abuelo poeta, los parlamentarios andaluces subieron unos cuantos escalones para no quedarnos detrás en esta dinámica territorial de las liebres y las tortugas, y nos salió esto, la nacionalidad histórica. La Historia escribirá otros relatos, pero lo nuestro es un ejemplo paradigmático de construcción política del pasado.

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