Manías

Erika Martínez

Versiones, revisiones

 IGUAL que los emperadores y mucho antes los faraones del Antiguo Egipto, los presidentes franceses acostumbran a honrar la grandeza paralela de Francia y de su propia gestión mediante la construcción de un edificio emblemático dentro de la muy saturada ciudad de París. Valéry Giscard fundó el Museo d'Orsay, Georges Pompidou el maravilloso centro de arte contemporáneo que hoy lleva su nombre. En su muy erudita megalomanía, François Mitterrand hizo levantar la Ópera de la Bastilla, la nueva Biblioteca Nacional, el Instituto del Mundo Árabe y, para culminar la transparencia faraónica, las pirámides de cristal del Louvre. Incluso en sus momentos de mayor popularidad, la imagen de Nicolas Sarkozy no ha sido precisamente la de un presidente instruido. De ahí quizás su obsesión por la alta cultura, a la que denosta o se arrima dependiendo del momento.

El 12 de septiembre de 2010, Sarkozy anunció que construiría sobre el edificio bicentenario de los Archivos Nacionales la llamada Casa de la Historia de Francia. En primer lugar, el proyecto de la Maison de l'Histoire constituye una maniobra propagandística con la que el presidente francés pretende alejarse de ese aire Berlusconi que le ronda, maquillando su imagen de macho gañán. Además, la Maison permitiría a Sarkozy y a su corte de especialistas reordenar los siglos de gloria nacional a su manera. O sea, confirmando que la historia de Francia no es la del presente multicultural de nuestro siglo XXI. Vayamos a confusiones. "Es muy peligroso olvidar tu identidad", indicó recientemente en un mitin: "El pueblo francés quiere reapropiarse de su historia". De lo cual parece deducirse que alguien se la ha robado. Ya se imaginan ustedes quién.

 

España no es el único país donde la historia combate con la Academia. El nacionalismo xenófobo francés necesita volver a contarse su historia en busca de una identidad excluyente. La Academia española, sin embargo, no ha ofrecido una nueva interpretación de nuestra historia: ha explicitado la que sigue siendo la secreta versión oficial de nuestro pasado reciente (parece un oxímoron pero no lo es). El Diccionario biográfico de la RAH pasará a mejor vida quizás tan sólo por un par de sus gloriosas entradas, pero no ha hecho otra cosa que explicitar la extendidísima versión popular de que el franquismo, joder, no fue para tanto. Esa versión que confirma el vacío de nuestros manuales escolares y que sólo la ficción (cierta ficción) insiste en contar. A mí no me lo contaron y toda mi escolarización fue democrática. ¿Qué les contaron a ustedes?

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