¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Violencia antirreligiosa

La Iglesia no ha ganado ninguna de las grandes batallas que ha librado y apenas conserva algunos privilegios

La violencia antirreligiosa en España ha sido atribuida tradicionalmente a un efecto perverso de la alianza entre el poder y la Iglesia, relación amorosa que se remonta a los visigodos pero que encontró su confirmación moderna en el pacto entre el catolicismo y el nuevo Estado liberal que nació bajo las apenas recatadas faldas de Isabel II. El clero se convertía así en una especie de funcionario del Estado represor y en un agente de la oligarquía que, además de dar cobertura moral a los explotadores, pretendía adormecer cualquier intento de emancipación de los parias con llamadas al orden divino y promesas de paraísos donde reinaban los pobres. De esta manera, se justificaba -y se sigue justificando- la furia anticlerical que tomó cuerpo dramáticamente en distintos periodos de nuestra historia como el Sexenio y, fundamentalmente, en la Guerra Civil, momento en el que en España se produce un auténtico genocidio religioso. Esta teoría justificativa y evidentemente simplista tiene escondida un mensaje subliminal: los curas y las monjas se lo merecían. Sin embargo, apenas resiste un análisis serio y complejo, empezando porque obvia que la Iglesia católica es una realidad extremadamente plural, una especie de galaxia de carismas y organizaciones casi independientes en la que conviven desde el obispo orondo amigo del gran capital -tan del gusto de las caricaturas de las revistas libertarias de antaño- hasta el fraile guerrillero de raíz popular o la monja ángel de los menesterosos.

Actualmente, el odio a lo religioso pervive en España pese a que su influencia tanto en la moral pública y privada como en la política y la economía del país es casi inexistente. La Iglesia no ha ganado ninguna de las grandes batallas que ha librado (divorcio, aborto, matrimonio homosexual) y apenas conserva algunos privilegios que son más el producto de la tradición y la inercia que de la confesionalidad del Estado. Aun así, todavía abundan los comportamientos y opiniones dedicados al escarnio de las creencias cristianas, como si éstas fuesen el obstáculo de algún tipo de emancipación que aún no acertamos a comprender. ¿Simple radicalismo adolescente? ¿Resabios de viejos anarcoides? El problema religioso aún persiste en España y lo que antaño fueron balas y gasolina ahora son tuits blasfemos y asaltos a capillas. En algo hemos avanzado.

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