Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Los afines

EL secretario general del PP de Granada, Antonio Ayllón, ha dicho con razón que es alarmante que la dirección socialista haya recordado a los delegados de las consejerías que elijan exclusivamente para los puestos de confianza a los militantes del PSOE o, en su defecto, a los simpatizantes declarados, es decir, a los afines. Sin embargo, Ayllón, y él lo sabe, se ha quedado corto al circunscribir a un solo partido la exigencia de pureza ideológica para acceder a puestos de confianza.

La afinidad ideológica no es una anomalía, qué va. El problema es cuando la afinidad se convierte en profesión o, al menos, en requisito necesario para acceder a un trabajo. ¿Y qué partido, de forma más o menos expresa, no tiene en cuenta, y mucho, la lealtad de los individuos a quienes designa para ocupar las plazas de libre designación en las instituciones? Es más, a veces no es suficiente pertenecer a un partido sino que también se requiere fidelidad a una de sus facciones o corrientes.

El afín, en efecto, es uno de los personajes más característicos que bullen por los despachos de las instituciones. El afín suele ser, cuando comienza la carrera, un tipo dichoso, y consciente del carácter efímero de su tarea. A veces ocupa un antedespacho donde controlar citas y teléfonos. Y en otros casos se aburre en un oficina desaborlada diseñada en su honor. Hay casos extremos. Yo he llegado a conocer a algún afín con derecho a sueldo pero sin despacho ni cometido, una especie de fantasma condenado a merodear por los pasillos administrativos para apaciguar su propio tedio. Con los años, sin embargo, su meta principal consiste en mantener la plaza a cualquier precio, y para ello despliega todos sus conocimientos e influencias. Hay, eso sí, unas administraciones más proclives que otras a la contratación de afines. Las diputaciones, por ejemplo.

¿Por qué es alarmante que sólo se contraten afines? Porque convierte a los partidos políticos en unas singulares y poderosas agencias de empleo temporal abiertas exclusivamente a quienes demuestren, como requisito principal, una absoluta sintonía a ciertos principios políticos. No es mala, repito, la afinidad, pero sí que se convierta en un mérito para lograr algo tan fundamental como un empleo. Esta práctica deforma la acción política y enrarece el sentido de la militancia en los partidos. La única diferencia entre PSOE y PP es el número de administraciones y, por tanto, de empleos, que controlan. En el caso granadino y andaluz el PSOE gana aplastantemente y, además, por más tiempo, con lo que las instituciones corren el peligro de convertirse en grupos de acción ideológicos. Y esto sí que es un dato preocupante.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios