Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

66 años de Festival

El más importante evento cultural de Granada ha sido capaz de mantenerse vivo y joven en el tiempo

En una ciudad acostumbrada a que se les escapen las cosas, como pececillos en el agua, que diría Federico, cada año que cumple el Festival Internacional de Música y Danza es digno de festejar y soplarle las velas de la tarta de aniversario, no sólo por el interés que ofrezca cada edición, sino porque ha sido el único evento cultural capaz de mantenerse vivo y joven en el tiempo, lo cual, aquí entre nosotros, parece un auténtico milagro. En una ciudad que sólo parece propicia para los entierros -hasta Ganivet recuerda en El escultor de su alma que los torreones de la Alhambra duermen pensando en la muerte, aunque esté lejana- celebrar, como si de un nacimiento se tratara, cada edición del Festival, es motivo de regocijo: porque está vivo y siempre tiene algo de niño travieso capaz de atraer a los públicos de ayer y a los de hoy.

Los que hemos seguido durante décadas -como críticos, comentaristas, analistas en medios locales y nacionales, o simples aficionados- este internacional acontecimiento, además de las cosas puntuales que hayamos podido destacar o demandar a la infinidad de responsables que hemos visto pasar en los despachos directivos, políticos, programadores, etc., nos ha quedado el placer de constatar que, al terminar cada etapa, con sus muchas más luces que sombras, teníamos la seguridad que, al año siguiente, el Festival iba a emprender otra. Por eso siempre hemos pedido la excepcionalidad y la oportunidad de que sean los mejores y las mejores los que den vida y sentido a estas jornadas. La repetición de nombres que ya han pasado a la historia, pero que forman los anales del Festival con sus luces más rutilantes, o los valores que ayer y hoy son nuevos o jóvenes, explican los motivos por los que el Festival esté vivo, porque de él se espera siempre nuevos latidos, por las obras programadas -decía ayer que hasta la Novena sinfonía tiene que parecernos nueva, cada vez que la escuchamos-, los intérpretes más universales, los conjuntos más importantes. El gozo de cada día es un latido positivo. Muchos relacionamos momentos del Festival no sólo con encuentros musicales o de danza, sino con referencias y recuerdos personales que son intransferibles, porque forman parte de nuestra vida. Como el Festival forma parte muy importante de la vida de una ciudad, la que es capaz de brillar sobre le mediocridad y las ruindades.

Haga críticas puntuales o deje de hacerlas, mi 'mirada', como la que hoy descubren estos instantes o aquellos que asistimos hace décadas a estos momentos irrepetibles, se detendrá escuchando un piano, una voz o una guitarra en Los Arrayanes, arrastrada por un repeluzno sinfónico en Carlos V o por los giros danzantes del Generalife, el teatro que estrenó Antonio, antes que Margot Fonteyn.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios