Los años son una convención, un acuerdo entre humanos. Pero lo son sólo en cuanto a cuándo empiezan a computarse sus fracciones, a las que llamamos meses, semanas, días, horas, minutos y segundos, y así hasta lo infinitesimal, esa otra convención matemática que busca poner orden en la incapacidad de nuestra mente para entender el tiempo, una de las madres de la eterna pelea de las personas por entender su existencia. Un astrónomo más o menos titulado se percató de que la Tierra tardaba 365 días en volver a un mismo punto de su órbita, que además era lo que tardaba el planeta en el que vivimos en dar una vuelta alrededor del Sol. Si ese trayecto comenzaba un uno de enero o en un momento referido a un trópico es, pues, una convención de los hombres para organizar para nuestro entendimiento el paso del tiempo. Hoy finaliza de forma inexorable otro año, que dimos ordinalmente en llamar 2017. Mañana será otro día; mañana lunes comienza 2018. La historia del hombre no podría existir sin datar los sucesos en esa estructura anual. Vayan aquí por delante los mejores deseos para este año que entra para todos nosotros.

La brutal y única insignificancia de cada individuo encuentra así un marco que lo ancla ante la incertidumbre, un marco en el que contamos -uno, dos, ochenta años-nuestros aniversarios, las fechas de la muerte de nuestros seres queridos, el estallido de una guerra, el día en el que ganamos la Copa del Rey o dejamos de ser vírgenes; no todos recordamos y fechamos todo con precisión, y acudimos para precisar esas efemérides de andar por casa a los libros, la Wikipedia o a nuestro dietario, o simplemente nos hacemos una idea vaga de la época en que aquellos sucesos acaecieron. Con esta perspectiva, la nimiedad se nos impone, y los hechos de este año que periclita, con sus Donald Trump, sus Puigdemont o la atrocidad de las mujeres muertas a manos de hombres a los que un día pudieron amar, son sólo puñados de arena de playa que se escapa entre nuestras manos. Relativizar de esta forma la propia existencia no sirve de mucho porque, al cabo, padecemos y gozamos en nuestra pequeña vida y nuestro gran corazón. Vivamos, sin remedio, el nuevo año con la mayor serenidad y la certeza, ay, de que sólo se vive una vez. Lo cante Azúcar Moreno o Renato Carotone, lo escriba San Agustín o un literato japonés, o nos lo recuerde el Nexus-6 rubio de Blade Runner: todos esos momentos se perderán como lágrimas en la lluvia. No perdamos el tiempo y no nos demos demasiada importancia. Vivamos 2018.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios