Cosas que pasan

Ricardo Castillejo / Rcastillejo@grupojoly.com

El arte de reciclar

CUANDO uno lo ha sido todo, ha tocado con sus dedos el éxito y pasa el tiempo, nadie puede arrebatarnos el derecho, al menos, a defender la memoria viva en la que nos convertimos.

Por eso entendí ayer perfectamente a Carmen Sevilla quien, después de haber leído en alguna publicación que sólo participó en una película de la Meca del Cine, me aclaraba: "Cuenta que fueron dos o tres con la Warner y que incluso quisieron que me quedara allí". Sin problemas, Carmen. Dicho queda para conocimiento de la humanidad en este frío otoño donde vuelve Eolo tal vez con mayor fuerza que otros años.

Cierro los ojos. La estación de la caída de las hojas es la más propicia para la nostalgia. Veinte años no son nada. O toda una vida. Depende de la edad del que los cuente. En mi caso, son los suficientes para imaginarme, en este estado de ensoñación, bailando al ritmo de la música que, en los 80, nos hacía mover el esqueleto.

Pedro Marín, en el arte de incitar a las masas al despiporre fue un auténtico ídolo. En eso, y también, como está demostrando, en el de reciclarse. Porque, ¿han contemplado la transformación sufrida por el cantante en estas dos décadas? ¿Lo han visto últimamente? Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Al menos, con aquella realidad que recuerdo y en la que el cantante no era más que un adolescente delgadino comparado con el otro canijo de la época, Miguel Bosé.

Si el hijo de Dominguín ha sabido madurar con inteligencia, Marín no lo ha hecho menos y está, a sus cuarenta y tantos, hecho un figurín del que, aquel ídolo que llegó a vender más de dos millones de copias del Aire que ahora regresa, es una sombra. Como la de los tentáculos del Pulpo negro, título de su nuevo disco, que le rodea en la fotografía de la portada de su álbum.

Abro los ojos y constato que tampoco yo soy el mismo. Lo de la eterna juventud, era una trola para adolescentes.

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