La cabeza de caballo

La manera de humillar y rematar a Cifuentes ha sido al estilo 'cosa nostra'. El PP de Madrid necesita un sepulturero

La ejecución pública de Cristina Cifuentes, mediante un vídeo de hace siete años de un hurto menor, huele a cañería, a bajos fondos, a ajuste de cuentas. Madrid nos ofrece una imagen sucia del país. Antonio Machado lo definió como rompeolas de todas las Españas. Era cuando la guerra civil: "la tierra se desgarra, el cielo truena, tú sonríes con plomo en las entrañas". Otra guerra, la de los clanes del PP, ha destrozado la tierra y arruinado su cielo en los últimos años, y se ha cobrado un buen manojo de víctimas en el Madrid político contemporáneo. Si entonces Machado decía que Madrid había sabido ser "más que capital de España y espejo de los buenos españoles", por su lucha contra la rebelión militar, ahora nos brinda un retrato de lo peor de la política nacional.

Tras un mes de duda hamletiana, entre dimitir o resistir por el falso máster, la manera de humillar y rematar a Cifuentes ha sido al estilo cosa nostra. La filtración del registro de su bolso y el pago, moneda a moneda, de las cremas antiedad que se había llevado en un descuido de un supermercado, ha sido explicada toscamente como una cabeza de caballo con la que se despertó el miércoles en su cama. Y por fin, se decidió a tirar la toalla. Era una invitación que no podía rechazar; lo llaman también fuego amigo. Ha hecho lo que tenía que hacer, se ha limitado a decir el presidente de su partido, tras el abrazo mariano que le dio en la Convención de Sevilla hace pocas semanas.

La lista de cadáveres políticos generados por el espionaje, acoso y extorsión denunciados por la presidenta de Madrid no es pequeña. Esas delaciones de errores, irregularidades o corrupciones se sospecha que han empezado casi siempre dentro del partido, desde las bandas rivales. Las intrigas de la corte pepera han jubilado en un tiempo récord a Cristina Cifuentes, Ignacio González, Esperanza Aguirre y hasta Ruiz Gallardón, imputado reciente en la trama Lezo. Los cuatro últimos presidentes de la región de Madrid manchados por sospechas o claras evidencias. La capital ha dejado de ser el espejo edificante de la nación. Más bien reclama un cordón sanitario: la podríamos llamar la Isla de España parafraseando la definición francesa de los departamentos que componen la aglomeración de París.

Esta es la foto de un país en crisis, confundido por un espectáculo político que supera la tragedia shakesperiana: dudas, amigos que te espían y cadáveres propios o ajenos componen un poético paralelismo. Y encima la cabeza caballo. Sólo falta el sepulturero.

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