LA reforma laboral da sus frutos. Durante el primer semestre del año, más de doscientos mil trabajadores fueron sometidos a procedimientos de regulación de empleo. Trabajar está de saldo. Una empresa arrinconada por la crisis tiene más de una vía para salir de su situación. Desde febrero, no es necesario agotar todas las posibilidades antes de poner en la calle a la mitad de la plantilla. La ley lo permite. Los que se van se enfrentarán al mercado laboral más inaccesible de Europa y a un tambaleante sistema de prestaciones sociales. Los que se quedan serán más vulnerables que nunca: trabajarán con miedo al despido. Dado que la precariedad garantiza el deterioro de cualquier profesión, salimos perdiendo todos.

Durante los últimos años, hemos visto cómo las mayores empresas de nuestro país emprendían drásticos recortes de plantilla, mientras aumentaba el salario de sus ejecutivos en pago a su buen hacer. Productividad, lo llaman. En 2011 el banco HSBC destruyó más de treinta mil empleos, mientras declaraba un porcentaje de beneficio por el que darían un brazo los pequeños empresarios de cualquier país: el 36 por ciento. El mismo camino ha seguido la mayoría de los bancos europeos, que declara la disminución de sus espectaculares ganancias como si fueran pérdidas. Sencillamente no consideran tolerable ganar menos. Y nosotros se lo permitimos. Porque si usted trabaja o no, si tiene derecho a formarse o a una sanidad pública de calidad, lo decide quien concede créditos, con sus caprichos y sus manías. El problema no es de los bancos, que hacen lo que tienen que hacer: ganar lo máximo posible a cualquier precio. El problema son nuestros gobiernos que, en vez de poner límites a su funcionamiento, ponen límites a nuestro gasto público. Gracias al Defensor del Pueblo, hemos sabido hace unos días que el Banco Central Europeo no exigió al ejecutivo de Rodríguez Zapatero que reformara la Constitución para limitar el déficit público. Se hizo motu proprio. Lo bueno de un esclavo convencido es que no necesita ni cadenas ni látigo, porque ya se doblega por sí mismo. Decía Salustio que "son unos pocos los que prefieren la libertad; la mayoría tan sólo quiere un amo justo".

Las situaciones límite nos vuelven imprevisibles. Cada uno de nosotros, expuesto a la incertidumbre material, sería capaz de todo. Hasta de la solidaridad. En España ya hay casi dos millones de familias que tienen a todos sus miembros en paro. Usted y yo también podemos ir a la calle. En nuestras manos está hacerlo para exigir cambios políticos.

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