La tribuna

Felicidad Loscertales

El caso de Marta y la alarma social

PARECE que la desaparición y muerte de la dulce niña Marta ha colmado el vaso de la paciencia colectiva, del aguante de la ciudadanía, de la capacidad de sufrimiento contenido, del dolor íntimo y acompañado tan sólo de amigos y familiares. Se han desatado las furias, los miedos profundos y no explicitados, las agresividades justicieras... y, en mi parecer, estamos viviendo emociones que desbordan la posibilidad de una visión serena y equilibrada de la situación.

Fue un intento valioso y admirable el que hizo la familia llamando la atención o, más aún, dando un fuerte aldabonazo a la opinión pública, ¡amigos, nuestra niña ha desaparecido! E igualmente admirable ha sido la respuesta ciudadana colaborando en la búsqueda y compartiendo sufrimientos e incertidumbres. Las instituciones (el colegio de Marta, el Gobierno, la Iglesia...) apoyaron en la medida que les correspondía y también los medios de comunicación se unieron a este concierto cumpliendo su función de difusión y amplificación de las voces individuales en la escena social.

Pero, ¿qué ha pasado después? La Policía, eficaz y profesional, estudió los datos que iba hallando, analizó pruebas, contrastó declaraciones y llegó a ciertas deducciones que llevaron a la detención progresiva de varias personas, que hasta el momento actual son cuatro y quizás sean algunas más. Y entonces fue cuando nos empezamos a poner nerviosos y muchas personas pronunciaron la palabra asesino dirigida a uno de los detenidos. Las cámaras de los informativos de diversas televisiones nos han mostrado a grupos muy numerosos gritando a las puertas de los juzgados donde estaban los detenidos, y se han multiplicado las acciones y expresiones de la ciudadanía que muestran indignación, además del dolor, y tendencias a decir ciertas frases que lo que dan a entender es casi como si se le hubiese juzgado, no sé en que tribunales, y se le hubiese sentenciado. También se ha podido percibir o al menos parece que se ha hablado de cómo debe ser la sentencia, de cómo ha de cumplirse...

Todas esas manifestaciones me parecen muy preocupantes. Reconozco que pueden considerarse fruto del dolor y la desesperación que a todos nos ha invadido al conocer la noticia de la muerte de Marta, ya prácticamente segura aunque no haya aparecido aún su cuerpo. Pero que una cosa sea explicable no la justifica. Somos una sociedad civilizada, o deseamos serlo, y tenemos que demostrar que sabemos a lo que ello nos obliga. Contención ante los problemas, acatamiento a las instituciones, presencia activa de valores ciudadanos, solidaridad y consideración a todas las personas y fe en las leyes que nos hemos dotado como demócratas. ¿Y todo eso concretamente en qué se plasma? Pues en la conciencia cierta de que a partir de este momento, y aunque no se haya decretado secreto del sumario, el caso de Marta está en manos de los expertos y en unos ámbitos profesionales muy concretos, los de la acción judicial.

Nuestra Justicia y sus profesionales saben bien lo que hacen y lo están demostrando. Dejémosles hacer con respeto y confianza. Y con ello no quiero decir que nos quedemos pasivos, hay mucho que hacer. Hay que trabajar por una sociedad muy activa, pero nada violenta, y en ella tenemos que lograr que desaparezcan modelos que primen la agresividad como un valor positivo, para que las generaciones venideras, las que hoy son infancia y adolescencia, no aprendan que la mejor manera de solucionar conflictos es la que usa recursos violentos. Que crean que es verdad ese hermoso refrán popular que dice que "hablando se entiende la gente".

¿Tiene solución la violencia de los jóvenes? Desde luego que sí. Se puede reeducar a quienes actúen con violencia, independientemente del deber de castigarlos en las ocasiones en que su acción violenta cause tales daños y perjuicios que se pueda calificar como delito. En esos casos habría que hablar de rehabilitación, que también es posible, y las ideas y sentencias del juez Emilio Calatayud, al que admiro y respeto, lo demuestran sobradamente. Pero lo más importante es que la ciudadanía de a pie tiene, tenemos, la mejor de las bazas en nuestras manos: la de educar. Hemos de saber que educar es una gran responsabilidad, pero también un proceso hermoso que, aunque difícil y costoso en esfuerzos, se puede llegar a disfrutar muchísimo cuando vamos viendo cómo crecen y comprobamos que ha ido aprendiendo.

Hay que hacerlo continua e infatigablemente desde el principio, con la palabra, con la acción, con el ejemplo. Así, con el amor y la no-violencia, como decían Martin Lutero King y otros muchos grandes líderes desde Buda hasta Cristo, se construye una sociedad en paz y sin violencia. Y quiero terminar estas palabras pensando en la familia de Marta, como todo el mundo hace en estos días. Hacemos nuestro su dolor y les ofrecemos nuestra compañía. Están derramando muchas y amargas lágrimas y queremos que sepan que les ofrecemos nuestro abrazo para llorar juntos.

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