Crónicas Levantiscas

Juan Manuel Marqués Perales

jmmarques@diariodecadiz.com

Mi cesta catalana

Ahora se darán cuenta de lo bien que se ha vivido y de que no hay ningún país que imitar ni en el Báltico ni en los Balcanes

No he sido consciente de la proporción de mi cesta catalana hasta que Gallo ha anunciado su traslado a Córdoba. Bebo, porque me gusta, Anna de Codorníu, y lo seguiré haciendo; como seguiré comprando Cola Cao, porque es tan imprescindible en mi casa como el agua del grifo. O Bimbo o Nocilla. El aroma de los desayunos de nuestra niñez es catalán. Nunca participé en boicot alguno a los productos catalanes, y este artículo ni lo pretende, pero no dejo de asombrarme por la cantidad de compras que hacía en esta comunidad. Cada vez que voy y vuelvo a Cádiz pagó a Abertis, que es la concesionaria de la autopista; tengo un seguro médico de Adeslas que funciona bastante bien, aunque le hago poco gasto porque utilizó más al SAS; bebo cava del Penedés mucho menos de lo que querría; leo los libros de Planeta, me apasionan los de Acantilado y flipo con los autores rescatados de Salamandra; no tengo cuenta en La Caixa, pero sí un gran número de andaluces -la mayoría-, aunque mi primer sueldo lo ingresé en el Sabadell y, aunque Gallina Blanca sea de una familia independentista, me encanta que mi padre y mi hija cocinen por la noche un caldito de los Carulla con fideos de Gallo.

Cataluña, fábrica de España. Así lo viene siendo desde mediados del siglo XVIII. La guerra de Sucesión -ésa que supuestamente perdieron los catalanes- y los decreto de Nueva Planta desescombraron los fueros, privilegios y aduanas del medievo catalán, y abrió su poder de venta a un nuevo y gran mercado: el de España y sus colonias americanas. Desde entonces, el hecho diferencial de Cataluña con el resto de España ha sido su mayor nivel de renta y, por eso, cuando venían crudas, como después del 98, la burguesía se irritaba con esa España que no le seguía al compás, y se ponía a soñar con paraísos pasados. El arancel al textil, como el siderúrgico, mantuvo ricos a unos industriales que no necesitaban competir, que no exportaban porque les bastaba con el mercado cautivo español. Sí, Cataluña ha sido la fábrica de España, aún tiene 19.000 millones de euros de superávit en su balanza comercial con el resto del país. Y nos ha dado el trabajo que los cerealistas andaluces, también privilegiados por los mismos aranceles, negaron en su tierra.

Ahora, como yo, muchos catalanes se darán cuenta de lo bien que se ha vivido, que no hay ningún país al que imitar ni en el Báltico ni en los Balcanes, y que ya quisiera Génova, donde se miran, ser como Barcelona.

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