Manías

Erika Martínez

erikamartinez79@gmail.com

La cultura del cinismo

Permitir la manifestación de lo aberrante es abrir un espacio para discutirlo

Ayer me dieron en la calle las dos de la madrugada. Había llovido y la ciudad estaba un poco tensa. No diré que sórdida -Granada sigue siendo uno de los lugares más seguros que conozco-, pero sí algo desangelada. Por la acera de enfrente vi pasar a dos adolescentes chinas caminando rápido, agarradas la una a la otra y tratando de concentrarse en su charla. Seis o siete jóvenes borrachos las seguían, haciendo gestos simiescos mientras gritaban en lo que ellos parecían entender como una graciosísima imitación del mandarín y consistía literalmente en proferir a cien decibelios chin, chuan, chun. Recorrieron la calle entera así, manteniendo una distancia acosadora de unos pocos metros, todos bien juntitos detrás de ellas. Sean quienes sean (universitarios a todas luces), estoy segura de que, cuando en el telediario sale Donald Trump, lo tachan de populista con suficiencia. Y también de que lo votarían.

Los racistas quieren legitimidad. Los machistas quieren legitimidad. Que alguien con poder diga todas zorras o chino de mierda, porque ellos ya no pueden a menos que sean las dos de la madrugada en una calle inhóspita y una piara de colegas los respalde. Son muchos los que, durante este último año de elecciones y referéndums, han culpado de los resultados a la reinante ideología de lo políticamente correcto. Todo el mundo sabe lo que hay que contestar en una encuesta, aunque luego vote lo contrario. Tampoco ayuda el encubrimiento que practican, por razones de pragmática electoral, todos los partidos, identificándose públicamente con valores que luego no defienden en su práctica parlamentaria. Sea primero el huevo o la gallina, lo cierto es que los votantes, como los políticos, declaran una cosa y luego hacen otra. ¿Construir muros, denigrar a los trabajadores inmigrantes, acabar con la violencia armada? Con demasiada frecuencia, se opina de forma civilizada y se vota de forma bárbara. Me pregunto si no sería más democrático lo contrario.

¿Quiere decir esto que debemos aplaudir las vejaciones xenófobas, la misoginia, el odio al otro? Claro que no. Pero permitir la manifestación de lo aberrante es abrir un espacio para discutirlo. Porque una persona a la que convences seguirá mañana de tu parte; una persona a la que callas, no.

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