Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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La dama y el matón

Melania no tiene nada que ver con la mujer española, parada, que saca adelante a su familia con 400 euros

Las mujeres liberadoras fueron negras con los negros, esclavas con los esclavos, sufragistas con los sin voto, revolucionarias con los proletarios, en fin, que lucharon siempre a favor de los oprimidos, por considerase ellas, también, oprimidas. Doblemente oprimidas, como mujeres y como trabajadoras, sobre todo, tras su incorporación al trabajo industrial. Aherrojadas como mujeres y como proletarias. Como siempre, para simplificar, aparece en escena el dragón del dualismo. El principio del bien, lo femenino, y el principio del mal, lo masculino. En lucha irrenunciable hasta la derrota definitiva de lo masculino. En la guerra no caben los matices. Todos los machos, malos, todas las hembras -incluidas Melania Trump y Ana Patricia Botín-, las buenas. Pero cuando se viven largos periodos de paz (aunque sólo sea aparente, porque todos los días un asesino nos recuerda que hay todavía orangutanes que matan para obtener y conservar hembras y que las matan por creerlas suyas, sobre todo, si piensan que se les están subiendo a las barbas), podría trabajarse en acercar posturas, en desterrar ideas ancestrales de posesión y dominio, en esforzarse para que, pese a la desigualdad radical en la que vivimos por culpa de los gobernantes, de los banqueros, de los intermediarios, de los amiguitos del alma, de los especuladores, del clientelismo partidario, y de otros males, se fuera instaurando entre hombres y mujeres una auténtica igualdad ante las leyes, en el trabajo, en la crianza de los hijos. Incluso para que la sociedad se oriente (¡qué utopía!) hacia una humanidad de cuidadores, en las que todos nos hiciéramos responsables de todos. Y no sólo los hospicios, las urgencias y las residencias de ancianos. Desde luego no va a ser Trump el que ayude; su enfermizo complejo de inferioridad, que arrastra desde la infancia, convierte ahora mismo al mundo en el patio del colegio donde el matón golpea constantemente al débil, para afirmarse sobre el dolor y la humillación de los otros. He visto pancartas en las manifestaciones de las mujeres contra este peligroso espécimen aupado al poder por el voto de 62 millones de norteamericanos, en las que se compadecen de Melania, su mujer y en las que se duelen de lo que debe de estar sufriendo. Esto es un resto de la ideología de la lucha de clases que impregnó al feminismo después de la Revolución Rusa de 1917: el proletariado acabaría con la burguesía y las mujeres con el patriarcado. Melania no tiene nada que ver con la mujer española, parada, que saca adelante a su familia con los 400 euros de los subsidios sociales. Harto estoy de los lamentos que leo sobre lo mal que trata Trump a su esposa y me enojan las muestras de solidaridad que recibe de muchas mujeres: ¡hasta dos feos le ha hecho Trump en público! Estoy convencido de que esta mujer tiene alguna responsabilidad por haber elegido a este hombre como compañero. Les aseguro que lo que le pueda pasar, me resulta absolutamente indiferente.

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