Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

La dentadura mohosa

Me arrepiento, no volverá a pasar". Tragándose el sapo de la disculpa, el president de la Generalitat, Quim Torra, sigue la conseja de aquel genial cardenal milanés, Martini, que hacía proselitismo católico con el efecto mágico de una confesión; se dice y ya queda uno limpio y sin necesidad de remordimiento, un indudable atractivo para hacerse. Dijo el purpurado: "La confesión es un sacramento exangüe [que no hace sangre, incruento]. Se confiesa algún pecado, se obtiene el perdón, se dice una oración y se acabó". Un recurso ideal en la vigente coyuntura para un Torra que -indaguen- es un meapilas, educado en los jesuitas, repleto de fobias y complejos raciales… todo un clásico de cierto nacionalismo a la española, por otra parte: Arzalluz, Junqueras y el propio Torra son fervientes creyentes. Creyentes excluyentes: aliteración y oxímoron. Un contradiós.

Es culto y formado: fue editor y es escritor. Quizá su pericia literaria le haya llevado a escribir las más siniestras soflamas contra la esencia del español y, peor, contra el enemigo interior, o sea, el catalán que prefiere hablar español: "Carroñeros, víboras, hienas. Bestias con forma humana. Un odio perturbado, nauseabundo, como de dentadura postiza con moho. Están aquí, entre nosotros. Es una fobia enfermiza. Hay algo freudiano en estas bestias. O un pequeño bache en su cadena de ADN. Pobres individuos". Todo apunta a que -sí a Freud- habla de él mismo. Lo que más estremece es la metáfora de la dentadura mohosa. Dentadura "postiza", para más morbo y recoveco del asco atómico que exhalan sus palabras.

Dice la llamada Ley de Godwin que cuando en una conversación en red social surge una comparación con el nazismo y Hitler, dicha conversación tiene gran probabilidad de estar agotada. Pero con permiso de Mike Godwin, traeremos a colación al führer. He buscado frases en Mein Kampf y otros textos hitlerianos. No he logrado encontrar en ellas una sarta de descalificaciones tan aberrante y repleta de odio visceral hacia los judíos como las de Torra hacia los catalanes malos y los españoles (lo peor). Su madre era andaluza, por cierto; de Granada, donde también cabecea un incipiente rechazo al granadino malo y al andaluz (extranjero invasor). El odio es un gran motor político: la coba del agravio y la superioridad vestida de diferencia funciona. Con él se puede llegar incluso a ser presidente de la Arcadia Estrellada: "Gente que ya se ha olvidado de mirar al sur y vuelve a mirar al norte, donde la gente es limpia, noble, libre y culta. Y feliz" (Quim Torra, 2008).

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