Opinión

Juan / Carlos / Abril

De un discípulo a su maestro

Para los seguidores de Luis García Montero, que en esta ciudad somos muchos, y se podría decir incluso muchísimos, no nos sorprende demasiado otra nueva incursión suya en la prosa. Otra nueva porque ya desde hace años le habíamos leído en una divertida novela, escrita a dos manos junto a Felipe Benítez Reyes y titulada Impares, fila 13, algún cuento como el incluido en el volumen misceláneo Aguas territoriales, y sobre todo su continua y responsable labor como articulista semanal en El País de Andalucía y otros medios, desde hace más de tres lustros. Ahora se publica Mañana no será lo que Dios quiera, en Alfaguara, una biografía novelada sobre la infancia y juventud del poeta Ángel González, de quien el granadino es albacea tras su muerte, acaecida en enero de 2008.

Planteada como novela y con la agilidad y comunicabilidad que distingue los escritos de García Montero, esta biografía no se puede decir que sea una más en un género que últimamente está arrojando libros importantes en el panorama editorial español. La implicación sentimental de García Montero en la trayectoria vital de González, convierte este libro en un alegato emotivo y cariñoso, un recuerdo y a la vez un homenaje, una fe de vida por todo lo que sucedió en un tiempo de silencio.

Conforme vamos leyendo, por tanto, se va convirtiendo más en una novela, profundizando en las causas de un tiempo histórico, pero desde la historia personal del poeta asturiano, un poeta que perteneció al bando de los perdedores. Sus detalles más recónditos aparecen contados -novelados- con la veracidad de una historia bien urdida, y en realidad fue el propio Ángel González quien fue dictando a Luis García Montero, en innumerables conversaciones, aquellos recuerdos de infancia, su formación como poeta, sus estudios, su ambiente familiar, sus profesores, sus primeros escarceos amorosos, las penalidades de la posguerra… Todo este material quedó grabado en cintas de las antiguas casetes en sesiones vespertinas en la residencia estival del granadino en Rota, Cádiz, interminables charlas convenientemente regadas con buen whisky o gin-tonic. Por citar sólo una secuencia, conmovedor podría ser recordar cómo Ángel González aprendió a tocar tres o cuatro acordes de guitarra, cuando se hizo coleguita de un militar de la banda de música de los vencedores, al entrar en Oviedo, y pudo así acercarse a la música, de la que no se separaría nunca. Además, en este libro, redescubrimos los poemas del asturiano, ya que los leemos asociados a su biografía, proyectándolos con nuevos significados y detalles. Esto sólo podía ser posible de la mano de García Montero, el poeta que mejor le ha leído, y la mirada de poeta es fundamental para entender este hermoso libro.

Ángel González nunca quiso, al contrario que hicieron otros compañeros de su generación, escribir unas memorias donde relatara su experiencia más humana, más apegada a la vida, de la que era un sabio analista. Pero supervisó hasta bien avanzado este libro, sólo truncado por su propia muerte, leyéndolo con García Montero, aconsejándole, corrigiéndole o sugiriéndole cosas, anécdotas o fragmentos de su biografía. Así que no podemos poseer un documento más fidedigno de su vida, autorizado por el propio autor. Un libro que se convertirá no sólo en testimonio de una vida sino de toda una generación. Un libro de poeta a poeta. Un homenaje del discípulo a su maestro.

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