Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

El discurso del Rey

En este grave momento. Tras unos eternos segundos de lucha contra su tartamudez y contra el peso de su cargo, con esas palabras comienza el discurso del rey Jorge VI de Inglaterra, que cambió su nombre porque Alberto era claramente alemán, como su propia estirpe, cuando se dirigió por radio a sus súbditos para anunciar que Gran Bretaña declaraba la guerra Alemania en unos momentos graves, 1939. Añadió, apenas en la segunda frase de su discurso, el adjetivo "fatídico": no era momento para cobas. Su pueblo lo escuchaba sobrecogido. Su figura iba mucho más allá de su persona. Era el Jefe del Estado, el símbolo de su patria.

El Rey de España, el jefe representativo y no ejecutivo de este país, pronunció el pasado martes un discurso que, si no amparo, dio a muchos españoles consuelo ante la apuesta independentista de una parte minoritaria de los catalanes y urdida desde el propio poder, cuyo daño para propios y extraños sólo la historia podrá calibrar. El rey Felipe de Borbón, mucho menos Borbón que el germánico Hannover que le viene por su madre Sofía, ponía pie en pared, quizá obligado a defender su papel y a la corona ante la invisibilidad del Gobierno en esas graves horas. Y dijo las palabras justas. Justas por su número, o sea, concisas. Y justas porque todo lo que dijo fue de ley. La ley y la justicia que el Comando Puigdemont ignoró con tremendo abuso, arrastrando a más o menos la mitad de una tierra, Cataluña, contra la otra mitad, y contra España.

No entraremos en si Rey o si presidente republicano: ambas fórmulas rigen en estados democráticos. Sí queremos constatar que la intervención del rey de España era necesaria ante el silencio entre estratégico y consustancial de Rajoy, y que ha sido oportuna en tiempo y forma. Que ha hecho patria, y ha puesto lo evidente -que no se rompe un Estado gratis y por la cara- en pocas palabras. Que se ha vuelto a acreditar él mismo. Patria, por cierto, una palabra del gusto de Pablo Iglesias y Errejón, quien volvió a sorprendernos por su polivalencia -leninista, socialdemócrata, patriota, monárquico de ocasión- al invocar al Rey como posible mediador por su cargo institucional. Otra cosa es que mediar, lo que se dice mediar, está por completo fuera de la cuestión. El discurso de un Jefe del Estado puede desde su puesto representativo hacer ver al iluminado que no se puede delinquir a lo bestia desde el poder en nombre de una democracia ad hoc. Y ha calmado a millones de personas que necesitaban esas palabras para poder ir a trabajar con cierta serenidad. Se agradece.

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