SE han cumplido esta semana cuarenta años del cierre de la Verja de Gibraltar por orden del Gobierno del dictador Francisco Franco. La medida, adoptada en 1969, tras la aprobación de la primera Constitución gibraltareña, supuso un grave error y tuvo importantes consecuencias para la zona más meridional de Andalucía: el Campo de Gibraltar. Unos cinco mil trabajadores españoles -la gran mayoría residente en La Línea de la Concepción- que cruzaban a diario la Verja se quedaron de improviso sin empleo. Con ello, se forzó al éxodo a miles de andaluces, muchos de los cuales emigraron a otras regiones de España o al extranjero. También al otro lado de la Verja se crearon situaciones indeseables. Hasta tres generaciones de gibraltareños tuvieron que sufrir aislamiento en poco más de siete kilómetros cuadrados, ocupados en gran parte por el Peñón. La convivencia que existía a uno y otro lado quedó bruscamente interrumpida, dividiendo incluso familias. La situación de incomunicación se prolongó durante más de 13 años, hasta que en diciembre de 1982, con el Gobierno de Felipe González, se abrió la Verja para el tránsito de peatones. Hasta febrero de 1985 no quedó restablecido para vehículos. La precipitada medida que ahora cumple cuarenta años tuvo muchos efectos perniciosos y alguno positivo. El más evidente de estos últimos fue el plan de industrialización de la zona, con el objetivo de crear empleo que sustituyese el perdido con el cierre de la Verja. Aquella política convirtió al Campo de Gibraltar en el mayor polo industrial de Andalucía y el segundo de España, lo que ha creado mucho empleo y riqueza en estos cuatro decenios. En contrapartida, la instalación de las industrias ha hipotecado las condiciones ambientales y posibilidades turísticas de la Bahía de Algeciras, aunque en los últimos años la industria se ha esforzado por reducir emisiones y vertidos hasta cumplir la normativa más restrictiva de toda la Unión Europea. Al revisar esta relevante efeméride consideramos vital que no vuelva a repetirse el error de la incomunicación y que predomine el diálogo y el entendimiento desde la lealtad mutua a ambos lados de la Verja. Una lealtad que no siempre se ve en el lado gibraltareño.

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