Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

El esperpento no cesa

Grotescos parlamentos, golpistas llamando 'simbólicos' sus delitos y amenazas ocultas bajo la libertad de expresión

Me he referido muchas veces a que vivimos en un esperpento permanente que afecta no sólo a la política y sus 'representantes', sino a muchas instituciones: parlamentos, estamentos judiciales, económicos, culturales, sociales, municipales y hasta a las actividades personales. Aquí nos parece esperpéntico que siga Granada desconectada por tren 'sine die'; que asuntos sobre las entradas a la Alhambra hayan tardado más de una década en ver una solución jurídica; que el juicio de los ERE siga dando bandazos en periodo aún más largo, símbolo de lo deprimente que resulta la lentitud de la Justicia.

Si hablamos de esperpentos tiene número uno el de los golpistas catalanes, que con delitos tan graves como intentar destruir al Estado -que es parte colectiva y no de una minoría de ese país todavía llamado España-, están detenidos, enjuiciados o huidos, no por defender unas ideas, sino por intenta llevarlas a cabo contra todas las legalidades.

El padre de este ridículo vodevil, Artur Mas, ha dicho ahora que todo era "simbólico" y confesaba que había que exagerar -es decir engañar- para acercarse a las masas que acudieron como borregos a las convocatorias para apoyar ese acto creyendo que era real. Algunos dirigentes están encarcelados, otros fugados, viviendo en una mansión de lujo en el napoleónico Waterloo, mientras otra activista de esta simbología, cercana a los mitos teutones, la antisistema Anna Gabriel, se ha refugiado en Suiza, país al que huyen los capitales en negro europeos, españoles y catalanes -que se lo pregunten a los Pujol o a Bárcenas-. Convertir el golpismo en 'simbólico' sería técnica de defensa de cualquier delincuente. En España todos los delitos podrían ser simbólicos.

La libertad de expresión -por lo que hemos luchado tanto- también se ha convertido en esperpento: por un lado porque las libertades retroceden -es ridícula la censura en Arco de una simplista obra sobre 'presos políticos' que no lo están por sus ideas- y, por otro, porque - gracias, sobre todo, a las redes sociales- el insulto, las amenazas de muerte o las incitaciones al odio se intentan ocultar bajo el excelso derecho a la libertad de expresión y hasta del arte. Una mirada a grotescos actos parlamentarios nos harían odiar al teatro. Valle Inclán no hubiera superado este panorama.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios