Cámara subjetiva

Ángeles Mora

La feria de los libros

TODAS las primaveras los libros salen de las librerías camino de su Feria. Alguna vez se mojan pero casi siempre toman el sol y el aire suave que suele aparecer en estas fechas. Aquí en Granada tenemos un sitio fantástico para que los libros se aireen. Tenemos un parque para pasear y tomarnos un refresco mientras que hojeamos -y ojeamos- nuestras compras y mientras escritores y lectores comparten la tarde amigablemente. Ese lugar se llama Parque García Lorca. Allí, alrededor de la Huerta de San Vicente, los granadinos tuvimos durante dos años un espacio ideal de encuentro alrededor de los libros, autores, actores, músicos, cantantes…

El miércoles pasado, a media mañana, me dirigía yo hacia la Plaza de Bib-Rambla. Había quedado allí con una escritora -María Rosal- que había venido a Granada, invitada por la organización de la Feria, para celebrar un "encuentro con autor" en la Biblioteca de Andalucía, cercana ya, como ustedes saben, al Campus Universitario de Fuente Nueva. Nos citamos en Bib-Rambla para partir el camino, pues yo venía de la Casa-Molino Ganivet, de otro acto de la Feria. Es evidente que la distancia entre las dos actividades era considerable e incómoda para posibles interesados. Al pasar por la Fuente de las Batallas tropecé -casi- con un grupo de alumnos de un Instituto recitando poemas. Me detuve para oírlos. Un chico leía el soliloquio de Segismundo de La vida es sueño: "…¿Qué es la vida? Un frenesí/ ¿Qué es la vida? Una ilusión…". Me quedé un ratito escuchándolos con simpatía, pero como iba de paso, tuve que seguir mi ruta. Y mientras me acercaba a mi destino pensaba en las mañanas de la Feria en la Huerta de San Vicente. Mañanas llenas de niños de colegios e institutos, de cuentacuentos, títeres y talleres infantiles y juveniles, mañanas enriquecedoras y alegres.

Señoras y señores, al margen de consideraciones comerciales -creo además que se podría pensar en fórmulas para subsanarlas- abogo decididamente por que la Feria del Libro vuelva a la Huerta y me sumo así a la opinión no sólo de la mayoría de la gente de la cultura granadina, sino también de la gente de la calle, la que cuando empezaba a acostumbrarse a una Feria distinta, a reservar el tiempo de sus tardes para pasarlas en la Huerta, tuvo que volver sobre sus pasos, desperdigándose por los espacios que las diversas Instituciones habilitan en el centro. Y ya no es lo mismo. Aquello tenía vida y los escritores que nos visitaban nos lo decían. Incluso les dábamos envidia. Ahora no.

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