En pleno Corpus, encuentro una mañana sobre mi mesa un sobre certificado procedente de Vitoria. El lehendakari me dirige una carta personalizada explicando las razones históricas, sociales y culturales del Concierto Económico Vasco. Un dossier de 24 páginas, en una exquisita edición en papel couché, recoge el argumentario: el origen de los fueros vascos, las vicisitudes del Cupo desde 1878 hasta su última revisión en 2002 pasando por la suspensión de la Dictadura y el reconocimiento jurídico que consagra el Estatuto de Gernika, nuestra Constitución y hasta del Derecho Europeo (incluido el Tribunal de Luxemburgo) a su avanzado "federalismo fiscal". Por qué es el pilar de su autogobierno y de su estrategia de desarrollo autonómico, en base a qué defienden que los vascos son "solidarios" con lo que desde el resto de España no vemos sino como un privilegio y por qué es un "derecho irrenunciable a preservar".

Hoy sé más del cupo vasco que del debate andaluz sobre la supresión del impuesto de sucesiones. Y lo que manejo es sólo una síntesis (bien armada y presentada) de palabras, fotografías, documentos y firmas. Que este documento haya llegado a los directores de prensa de Granada puede dar idea de la envergadura de la campaña de información que ha debido emprender Euskadi. De la transparencia, pragmatismo y astucia con que el Gobierno de Íñigo Urkullu se va a posicionar en la negociación del modelo fiscal que España abordará tras el verano. De la seriedad y solidez con que el pueblo vasco está enterrando la barbarie del terrorismo, esa larga etapa negra de sinrazón que no ha servido más que para deslegitimar sus reivindicaciones. De cómo están reconduciendo su posicionamiento para la necesaria reforma del modelo territorial que ahora sacude la Generalitat de Puigdemont a golpe de populismo, choque de trenes y radicalismo.

Se han invertido los papeles entre El País Vasco y Cataluña. Y casi roza la tragedia el poco legado que hemos sido capaces de atesorar desde aquel 15 de junio de 1977 en que España dijo sí a la Política con mayúsculas, a las libertades y a la democracia. Viramos entre la irresponsabilidad y la frivolidad. En Madrid acabamos de cerrar el espectáculo de la tercera moción de censura de nuestra historia parlamentaria midiendo liderazgos, evaluando victorias y fracasos en clave partidista y situando el terreno para futuras alianzas en un horizonte de creciente clima electoral. En Cataluña, las urnas se han convertido en un símbolo recurrente de la instrumentalización de las instituciones y de la huida hacia delante de sus dirigentes políticos. Ahora buscan 80.000 voluntarios para que hagan el trabajo de los funcionarios en la consulta ilegal del 1 de octubre sin querer asumir que no es sólo Madrid quien da el portazo al independentismo; lo hizo Estados Unidos, lo hizo Merkel, lo acaba de hacer la Francia de Macron… ¿Nada vamos a aprender (tampoco) del Brexit viendo tambalearse a la 'dama de porcelana' que estaba llamada a ser la nueva Thatcher?

El examen de las urnas, de cualquier proceso y a cualquier escala, desde unas primarias hasta un referéndum, no se gana ni se pierde en un día. Es un proceso volátil, impredecible y caprichoso que se va construyendo sobre expectativas y subjetividades pero también sobre realidades tangibles. En la fotografía final que refleja un proceso electoral se integran los aciertos y los errores de la gestión cotidiana con la misma nitidez que lo hace la instantánea de un éxito o un fracaso. Podemos pensar en Urkullu y Puigdemont, en Theresa May y Emmanuel Macron y podemos quedarnos en la política local valorando el significado de la histórica fotografía con que Granada ha cerrado filas por el proyecto del acelerador de partículas...

Es más que una foto. A contracorriente, habla del prestigio de la política y de la utilidad de las instituciones en un momento de profunda confusión y desorientación de los poderes públicos. Es el resultado de una campaña soterrada de trabajo responsable y leal que -por una vez- ha unido a políticos, administraciones, empresarios y científicos por "un proyecto de Estado" que puede convertirse en el mayor revulsivo económico y de desarrollo para la Granada de las próximas décadas. Y para la Humanidad. No es ninguna exageración; es una inesperada y generosa alianza que ha superado susceptibilidades y agravios.

El proyecto tiene un nombre impronunciable (IFMIF-Dones) y un objetivo tan complejo como apasionante: encontrar nuevas formas de energía sostenibles basadas en la fusión nuclear. España compite con Croacia y -por una vez- no hay zancadillas, utilizaciones partidistas ni juegos institucionales boicoteando el proyecto. En pleno Corpus, y con independencia del dictamen final, se contribuye desde Granada al prestigio de la política y de los políticos. Sin teatros ni estridencias. Sin codazos por salir en la foto. Con lealtad y determinación. Con la misma discreción e inteligencia con que el nuevo País Vasco busca su espacio en el puzle nacional y la misma torpeza con que Cataluña se pierde en el laberinto de los excesos, la demagogia y los egos.

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