Nacho Fernández-Aragón

El fracaso del Viernes Santo

Una nueva Semana Santa. Quizás sea el momento, llegado el fin de los días que hemos disfrutado, de pararnos y pensar qué hemos vivido y qué estamos celebrando

Viernes Santo. Termina la Semana Santa. Atrás quedaron las emociones y sentimientos, la sugestión sensual de las cofradías atravesando la ciudad, inundando con sus sonidos, olores y puesta en escena la cotidianeidad de la urbe, convertida cada día en escenario de la representación de la Pasión del Hijo de Dios. Quizás sea momento, llegado el fin de los días que hemos disfrutado, de pararnos y pensar qué hemos vivido, y qué estamos celebrando.

Parece una cuestión de perogrullo. Hemos conmemorado un año más los últimos días de Jesús, el Nazareno, renovando el legado religioso, espiritual y cultural que se nos ha transmitido, haciéndolo de nuevo presente, y por tanto, vivo. Eso es cierto, pero hay algo más.

Esa tarde, cuando las últimas luces se reflejen en la colina del Sacromonte, desde Santa Ana, saldrá el cortejo de la Procesión Oficial, la que convoca a parte de las autoridades políticas y religiosas de la ciudad, además de a todos los granadinos que así lo quieran para tomar parte del Entierro del cuerpo escarnecido, dolorido y derrotado del Maestro. Del llamado Hijo de Dios. A quien los andaluces, sin embargo, siempre hemos llamado Padre. Será de nuevo momento para conmemorar un fracaso. El fracaso del hombre por hacer del mundo un lugar más justo, más plural, más integrador. El fracaso del género humano, incapaz de convivir en paz.

Al margen de la actualización de un hecho histórico, de un casi-sacramento (como gustaba llamarlo al escolapio padre Iniesta) que ha acercado la naturaleza divina de un Dios lejano a nuestra debilidad humana, y de un rito iniciático sobre la vida y la muerte del hombre, el Viernes Santo es el día del reconocimiento de la incapacidad de nuestra humanidad para trabajar unida por un futuro mejor. Enterramos a Jesús, el hombre que quiso cambiar su sociedad, que denunció las corrupciones, injusticias y abusos de su tiempo, que soñó con un Dios como Padre y no como justiciero, que habló de hermanos, de prójimo, del amor de los unos por los otros. Que pasó su vida compartiendo ratos con prostitutas, usureros, parias, desfavorecidos, defendiendo la niñez, siendo voz de los marginados. Que llegó a enfrentarse a la jerarquía de su iglesia, por manipular descaradamente las conciencias. Que echó del templo a quienes comerciaban con la religiosidad y con la Fe. Sepultamos al hombre que afirmó que se puede construir un mundo para todos. Y nosotros, acabamos la historia confiando en que venga Dios y lo devuelva a la vida. Como si así lo fuésemos a dejar seguir actuando de manera tan impertinente.

Han pasado más de dos mil años de aquello, pero todavía hoy, en muchas ciudades de nuestro planeta, se parará la actividad cotidiana para dar sepultura al Justo. Porque dejando a un lado el hecho que Jesús sea considerado por muchos el Salvador de la humanidad, el Señor, el mismo Dios, también fue un hombre condenado a morir por molestar más de lo debido, por decir las cosas que nadie quería oír. Porque su Palabra era libre, honesta, consoladora y no opresora. Se me ocurren multitud de ejemplos de personas que han sido tratadas por los estados, las sociedades, nosotros mismos, exactamente de igual forma. Traicionados por sus amigos, abandonados por sus próximos, condenados a la soledad y a la indiferencia -si no directamente a la muerte-, por soñar con otras realidades, por vivir la vida de forma distinta a lo comúnmente aceptado, por denunciar situaciones de injusticia insostenibles.

Así que cuando mañana asistan al discurrir de la urna de carey con coronación de plata que custodia el cuerpo sin vida del Nazareno, traten por un momento de abandonar el plano de la metafísica trascendente, -si es que quien me lee, se siente persona creyente-, y miren el cortejo de la hermandad Oficial de la Semana Santa, como el duelo por la muerte de multitud de justos a lo largo de la historia de la humanidad, a quienes hoy rinden homenaje los representantes políticos de nuestra sociedad laica, y nuestros dirigentes espirituales en la Fe. Para mañana seguir en lo de siempre. A ver a cuantos más habrá que homenajear el próximo Viernes Santo.

El alcalde, los militares, los religiosos, estarán asistiendo a la despedida de tantos hombres que lucharon por mejorar nuestra sociedad, y que fueron dados de lado o directamente quitados de en medio por incordiar más de lo debido. El Viernes Santo es momento para pensar en cómo nosotros mismos podemos estar contribuyendo a que se tenga que seguir celebrando año tras año este Entierro. A cuanta gente despreciamos por su raza, por tener ideas diferentes a las nuestras, por su sexualidad incómoda, por su forma de creer o no creer, por su enfermedad, o por su situación económica.

Por eso defiendo el carácter de día festivo para el Viernes Santo. Si no eres creyente, también es un día festivo para ti, que has llegado a leer estas últimas líneas. Es la fiesta del fracaso de la humanidad. De la que soy parte. De la que eres parte. Mañana veremos cómo nuestros representantes ponen caras circunspectas tras el paso del Entierro, como agachan la mirada, como parece que reflexionan. Mañana escucharemos el silencio que se hace entre el público cuando se acerque el cadáver de Jesús. ¿Servirá de algo? ¿Estaremos solo participando de la Semana Santa como espectáculo, o habrá alguna reflexión más que salvar cuando termine el día? ¿Habremos entendido una mínima parte de la Palabra del Nazareno, o por el contrario las elucubraciones teológicas de la Iglesia sobre el papel de Cristo habrán acabado por enturbiar el verdadero mensaje, cerrando nuestro entendimiento a lo realmente importante?

Muchos seguiremos pensando que la humanidad no puede estar fracasando constantemente. La cuestión es que cada uno no sume con su actitud vital al fracaso, sino a la derrota del mismo. Pero entre tanto, estará bien pararse cada Viernes Santo para homenajear a los que se quedaron en el camino. Homenajearlos a las más altas instancias civiles, militares y religiosas. Homenajearlos nosotros mismos, ciudadanos del mundo... Confío en que el acto de desagravio que supone la procesión del Entierro de Cristo, no nos conforme...

Hermano de Jesús Despojado

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios