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Rafael Padilla

El gobernador se va

SE ha repetido hasta la saciedad que la crisis mundial deriva de la falta de regulación de los mercados. Como no soy un liberal irredimible y ando justito de fe en la capacidad de éstos para autodisciplinarse, tengo que compartir esa idea. Siempre hará falta un marco normativo y sus correspondientes aplicadores para evitar desmadres suicidas. La peculiaridad que España ha añadido a esa renuncia tan nociva es la propia ineficiencia del mínimo control subsistente.

La salida anticipada del todavía gobernador del Banco de España -el célebre MAFO- supone, al cabo, el reconocimiento de sus obvios errores. Por sus limitaciones, por seguidismo político o vaya usted a saber por qué, el máximo dirigente de dicho organismo aparece como uno de los responsables destacados de la catástrofe que seguramente nos llevará a la ruina. Cuando en 2008, tras la quiebra de Lehman Brothers, Zapatero alardeaba de contar con "el mejor sistema financiero del mundo" e incluso negaba la crisis, el gobernador aplaudía con entusiasmo. Ni quiso contradecir a sus padrinos ni supo ver el impacto real de la burbuja inmobiliaria en bancos y cajas. Desde entonces, todo ha sido una acumulación de absurdos: reformas siempre inacabadas y siempre insuficientes, constantes cambios de opinión y silencios inaceptables que han terminado destrozando cualquier indicio de confianza y cualquier atisbo de seguridad jurídica. Al tiempo, casos sangrientos (como los de CCM, la CAM o Bankia) han desvelado una evidente negligencia en el ejercicio de la labor que tenía encomendada, principalmente por su tibieza a la hora de enfrentarse a los poderes políticos y partidistas, centrales y autonómicos, que han carcomido la solidez centenaria de nuestras cajas de ahorros.

Entiendo especialmente grave su papel en el terremoto de Bankia. No es posible que estando encendidas todas las alarmas sobre la falsedad de sus cifras bendijera una operación que, meses más tarde, se viene abajo y arrastra al país. Con ella, aunque no sólo por ella, dilapidó los restos de su prestigio, externo e interno. La durísima carta dirigida a Rajoy por la Asociación de Inspectores del Banco de España, en la que, entre otras cosas, le solicitaban el relevo de Fernández Ordoñez, certifica el deterioro de quien, por su elevada responsabilidad, se convierte en factor negativo y clave para explicar la penosísima coyuntura presente.

¿Resuelve su retirada nuestros males? Por supuesto que no. Como tampoco nos consuela el incierto horizonte judicial que, para él y para otros "genios" del disparate, comienza a vislumbrarse. Pero, al menos, nos otorga una renovada oportunidad para encarar la imprescindible regeneración de una institución básica, el Banco de España, que necesita profesionalidad, independencia, instrumentos, sentido ético y rigurosidad. Ojalá que esta vez no acabe, de nuevo, estúpidamente dilapidada.

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