Al mentiroso no hay que creerle nunca, y mucho menos cuando nos da la razón. Ni sus verdades ni sus falsedades son fiables. La campaña por la independencia de Cataluña se basó en una gran mentira: que la fuerza de la democracia era superior a la de la ley. La Constitución no podía impedir la opinión mayoritaria de los catalanes; era ésta quien demostraba en la calle una superioridad numérica que no podía expresarse en las urnas. No era así, y los independentistas lo están reconociendo ahora de un modo tan vergonzoso que hasta Lluís Llach les ha aclarado que la autocrítica no es sinónimo de la flagelación. Esta rectificación llevaría a ERC y la lista de Puigdemont a transitar, después del 21-D, por una senda constitucional. Como al felón que lo pronunció, no les crean. Ya no saben cuándo dicen la verdad. Su apaciguamiento se debe, por una parte, a una estrategia de defensa ante los tribunales y, de otra, al intento de encaramelar a los comunes y a Pablo Iglesias. También consiguen apaciguar a una parte del electorado catalán. Pero no olviden que los dos candidatos de facto -Puigdemont y Marta Rovira- son dos talibanes: uno está fugado y la otra es una empecinada que reconocerá a los de Bruselas como un Govern legítimo en cuanto ella sea presidenta. No se han caído del caballo, no se dejen engañar de nuevo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios