Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

coleraquiles@gmail.com

La guillotina telemática

Las redes son el patíbulo telemático donde se decapita a un Borbón o se recortan las puñetas de las togas

Las redes sociales te permiten estar en rebelión telemática, a tiempo completo. Todavía en la cama y con el dedo entumecido por una mala postura, guillotinas en tu tablet a los borbones, antes de la primera meada de la mañana. En el desayuno puedes denunciar el machismo de la justicia que no le da de entrada la razón a Juana Rivas en su pugna por la custodia de sus hijos. Sin enterarte muy bien de los pormenores del caso, culpas al patriarcado -el nuevo demonio de occidente- de todos los males que aquejan a las mujeres. Eximiéndolas de toda responsabilidad; sean ricas o pobres; esposa de Trump o costurera de barrio de las que le meten al falso de los pantalones. Si encuentras un rato, al mediodía, cuelgas en tu muro tres perros ahorcados en un puente y los útiles (¡!) primitivos y oxidados que emplean algunas madres para practicarles la ablación a sus hijas. Pausa para comer (porque no se puede a la vez empuñar el muslo de pollo y teclear en el móvil, sin pringar la pantalla); pero renunciado a la siesta, cuelgas la tragedia de los emigrantes rescatados de una patera por la Guardia Civil. Si pones la foto de algún niño ahogado en brazos de una madre desconsolada, mejor. Cualquier terremoto, cualquier tsunami, cualquier decapitación, a media tarde, después de la telenovela, acabará en tu muro, dispuesto a acojonar a tus amigos, a convencerlos de que su inacción es la culpable de todo. Los efectos de esta queja permanente, de este sospechar de todos, menos de ti mismo, te sitúa entre los buenos y te permite considerar malos a los que no practican esta lapidación telemática. Ni se te ocurre pensar que tu insistencia, quizá, actúe como anestésico. Aquí, en el bar, ahora, unos niños están viendo en directo a los muertos y heridos de un atentado. Pasan de la tragedia. Bostezando, cambian de canal y lloran al ver en otro maltratar a una marrana vietnamita. Insensibles para lo humano, hiperestésicos con los animales. Te puedes pasar todo el día tirando adoquines virtuales contra el sistema, sin que lo rocen. Regañar es una de las caras de la impotencia. Como no podemos cambiar el mundo, le regañamos. Esas energías, empleadas en repensarlo, serían más útiles. Creer que la denuncia machacona nos convierte en ángeles, es de una estupidez aciaga.

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