Convencido de las posibles consecuencias que pueda acarrearme esta declaración de intenciones, pongo la mano en el Evangelio y proclamo con toda la solemnidad posible que soy partidario de Piqué. Sé que habrá un sector muy amplio, excesivamente amplio para mi forma de entender la vida, que colisione frontalmente con estas preferencias mías, pero qué le vamos a hacer, me gusta el futbolista y me infunde respeto su persona, ergo...

Como futbolista declaro, sin ambages, que es lo más parecido a Franz Beckenbauer de cuantos he visto a lo largo y ancho de mi muy larga y ancha vida. Elegante y efectivo, inteligente en la resta y clarividente en la suma, el barcelonista es un activo impresionante para su equipo y un pilar injustamente tratado en la selección por ese numeroso sector que le vitupera sin respetar que está defendiendo al equipo que debiera ser, no quiere decir que lo sea, de todos los españoles.

Se me importa una higa que le piten cuando viste de azulgrana, pero se me llevan los demonios cuando veo lo de antier noche en Murcia. Claro que en este país ya tan desmembrado apenas queda algo por lo que sorprenderse, pues si tantos pitan a los símbolos que debieran ser sagrados, pedir que se respete a un futbolista propio es como pedirle peras al olmo o aguacates al alcornoque y pasa también que tirar piedras al propio tejado ya hasta parece figurar en el guión de Iberia.

Comprendo, por supuesto, el pito del madridista, pues la verdad es que no desaprovecha ocasión para meter el dedo en el ojo del madridismo. Lo comprendo perfectamente, aunque tampoco entiendo por qué se hurga tanto mediáticamente en cada salida de pata de banco ni en cómo se atiza el fuego para que la chispa genere un incendio. A mí me gusta Piqué y tras caer en la cuenta de que jamás se proclamó independentista, más todavía admiro a tan admirable futbolista.