Carles Puigdemont se ha convertido en un muñeco diabólico, con su siniestra sonrisa y su flequillo hasta las cejas, seguramente para ocultar sus falsedades, que lleva tiempo haciendo de Cataluña un halloween permanente -sobre todo desde el 1 de octubre, el mes de la fiesta del terror, con la que niños y jóvenes disfrutan- que ha logrado que la festividad del susto haya hecho temblar a las emblemáticas empresas catalanas que huyen aterrorizadas de su tierra, ante los fantasmas que los independentistas, disfrazados de seres de ultratumba, agitan.

Hay que reconocer el mérito de Puigdemont, su gobierno, la parte del parlamento que domina, primero para atraer a su causa, a tanta gente de buena fe, engañada, y después para convertir el esperpento, en seña de identidad de un pueblo culto que, se supone, no cree en fantasmas y debería tomarse a broma las calabazas con velas encendidas debajo para asustar en las noches catalanas y quitarle el sueño a empresarios, banqueros, jueces, tribunales diversos -esos que dicen que todo es ilegal, referéndum incluido, una superchería carente de validez alguna-, pero que, como en los viejos ritos en los que creen sólo pueblos atrasados, se ofrece la luz engañosa del paraíso en los que vivirán todos mejor, liberados del yugo opresor de un Estado del que quieren separarse para gozar de las libertades y bienes que les promete una hipotética república bananera totalitaria, en la que la otra media Cataluña estaría excluida, silenciada o sujeta a las diversas formas de sumisión que suelen ejercer esos regímenes, nacidos de nacionalismos excluyentes de los que les hablaba la pasada semana.

El honorable don Carles ha terminado de mostrar sus disfraces epistolares con Rajoy, asustándolo con el chantaje de que si no se sienta a su lado para 'dialogar' -supongo que sobre los efectos afrodisiacos de las calabazas- dará libertad a su disfraz preferido más aterrador como sería la República independiente de Catalunya. El paciente gallego, arropado por los constitucionalistas -los de Podemos, convertidos en conversos colaboradores del independentismo, los llaman el bloque monárquico o borbónico- ha esgrimido otro disfraz siniestro para atemorizarle en forma de artículo 155 de la Constitución. El duelo entre fantasmas no sabemos cómo terminará en esta España nuestra en la que, tantas veces, el esperpento ha desembocado en tragedia. Mientras tanto, como decía, cerca de mil empresas catalanas han huido aterrorizadas y quién sabe si hasta el mítico Barça cambiará su sede, para no verse obligado a jugar sólo con la Vilanova I la Geltrú y otros equipos de la nueva república.

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