El termómetro

Enrique Novi

Una historia de cine

AAlireza Aghakhani, actor iraní. Uno de los mejores logros del Festival Cines del Sur es que ofrece una oportunidad de encuentro a gentes de culturas tan lejanas que uno tiene la sensación de que sus órbitas no se cruzarán jamás por más vueltas que dé el mundo. Así se asiste a saludos en los que la comunicación gestual desplaza hasta la irrelevancia a la palabra, y el tono adquiere más valor comunicativo que el propio significado. Ocurre cuando se presentan un cineasta kazajo y un actor uruguayo; o un crítico malayo con un productor nigeriano. Después de interminables vuelos que duran tanto que hacen perder la noción de hoy o de mañana, el encuentro con personas de orígenes diversos a las que no se conoce más que a través del correo electrónico, irradia calor humano. La sensación de llegar a un destino incierto y escuchar el nombre con el que te has estado escribiendo produce una empatía genuina. Por eso la rabia brota igualmente del corazón cuando ocurren casos como el del actor Alireza Aghakhani, protagonista de la película a concurso Before the burial. Las embajadas, encargadas de conceder los visados que permiten pisar territorio nacional a los extranjeros, funcionan la mayoría de las veces como virreinatos independientes que se gobiernan de manera arbitraria al capricho de los privilegiados que se conocen como diplomáticos. La indignidad, el desprecio y la falta de respeto hacia los ciudadanos que acuden a sus dependencias en busca de uno, es moneda común en muchas de ellas. Cuando ese solicitante ha sido invitado por la organización de un festival español y es tratado de ese modo, uno se avergüenza del comportamiento de su país, pues la embajada es la representación de todo él. Y le duelen las humillaciones a las que someten a su invitado como si las sufriera en carne propia. Malditos burócratas

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