La columna

Juan Cañavate

jncvt2008@gmail.com

Se ha ido

La ciudad se ha ido, cansada de tanta indiferencia, de tanto abandono, de tanto patán

Todo indica que se ha ido sin decir ni adiós. Y habrá sido, probablemente, para que nadie le impidiera hacerlo o para no dar oportunidad a la indiferencia por su ausencia. Ella es así, podría soportar el dolor, pero no la indiferencia que la empezaba a acompañar en estos días de abandono en los que había perdido el afecto con el que en otro tiempo la miraban todos.

Ha debido abrir la puerta y salir a altas horas de la noche o ya, casi, con la primera luz del alba, cogiendo la noche por la espalda que solíamos decir, y se ha ido sola por las calles de la madrugada que suenan siempre a tacones solitarios, a panaderos con prisa, a baldeo de calles y a mirlos indiscretos que se despiertan con los amaneceres del final del invierno.

Aunque no estaba delante cuando su marcha, puedo imaginarla con ese guiño descarado de sus ojos hermosos, saludando a las esquinas con una media sonrisa resignada, ni contenta ni triste, de acabar ya la farra y no, como otras veces, a dejarse querer por fáciles conquistas, por tediosos amantes de una noche, por aburridos cómplices de sexo y borrachera. Se ha ido casi flotando sobre las aceras y buscando con la mirada el reflejo fugaz de su boca de carmín en algún escaparate. Y es que la recuerdo tan hermosa.

Se debió ir, seguro, cansada de esperar, harta, aburrida de la tribu de fantasmas que desde hace años la rondaban los fines de semana; tras ella, sin darle nada. Robándole su risa que igual no volvemos a oír jamás, su mirada dulce que no nos volverá a mirar y hasta la memoria de sus días felices, cuando el futuro era hasta hermoso y todos creíamos en ella.

Se ha ido y se ha llevado a sus fieles poetas y a sus músicos y a sus artistas, que tanto la querían hace años.

Se ha llevado con ella las calles y las pequeñas plazas escondidas y discretas y los bulevares amplios y solitarios y las cuestas suaves y los atardeceres de la vega y la nieve en la sierra desde los miradores que también se han ido con ella y que ya no van a volver. Se ha llevado los castaños de la Alhambra y los acantos.

Se ha llevado tantas conversaciones en secretos veladores, tantas palabras de amor y de dolor y tantos sueños. Se ha llevado las viejas piedras de las murallas y las grandes puertas y los aljibes y hasta el agua de los ríos ocultos y de las fuentes y de las acequias y, con ellas, lágrimas y suspiros y versos y canciones.

Ella, Granada, se ha ido, sin decir ni adiós, cuando la ruidosa fiesta del fin de semana se ha agotado y no queda más que volver al silencio de la soledad. La ciudad se ha ido, cansada de tanta indiferencia, de tanto abandono, de tanto patán.

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