Lo inefable

Un Puigdemont apareciéndose a la ciudadanía desde la tiniebla azulada del televisor es algo parecido a un dios

Sin descartar una humorada de última hora, parece que la presidencia de Puigdemont se complica irremisiblemente. Tanto la oposición, como los jurisconsultos, como sus propios socios han destacado que esta presidencia virtual, vía telemática, no acababa de ser una presidencia seria, dentro de la falta de seriedad esencial que distingue a los catalanistas. Es decir, que a Puigdemont no lo protege ya ni Santa Gúdula, patrona de Bruselas. Sin embargo, hay una secreta coherencia en esta pretensión de Puigdemont, que quizá nos ha pasado inadvertida. Dicha coherencia reside en el modo ubicuo e intangible de dirigir los destinos de Cataluña, postulado por Puigdemont, que no es sino el reflejo del proceder difuso, inefable, orbicular, con que el nacionalismo impregna nuestras vidas.

Por decirlo de un modo raudo, el nacionalismo es previo o externo a la política. Donde hay una determinación de base (la raza, la lengua, el alma inmaterial y púdica de los pueblos), desaparece la radical indeterminación de lo político. Donde hay imperio de la raza, donde existe una primacía de la lengua, no hay oportunidad para la discusión, la duda o el dilema. Se trata, pues, de un espectro previo que modula nuestras acciones posteriores, sin que dicho espectro deba demostrar su existencia. Esa es la estrategia que ha querido seguir Puigdemont, acaso sin ser consciente de este paralelismo, de esta personificación del genio catalán en un señor avecindado en Bruselas. ¿Tiene necesidad don Carles de aparecer por el Parlament a presentar sus respetos a la ciudadanía? Desde luego que no. Y ello por una razón que don Carles ya conoce: tampoco hay necesidad de demostrar que raza y lengua guardan relación alguna con la naturaleza del hombre o su organización política. Basta con enunciar que hay razas superiores, que hay lenguas que prefiguran y adelgazan nuestras almas, como a un apóstol del Greco, para que la razón política devenga teología. Y es esta vía teológica, el viejo motor inmóvil de Aristóteles, la que don Carles Puigdemont quizá pretendía aplicar a su república desde las brumas del norte.

En realidad, se trata de desplazar la política del campo de lo concreto al archipiélago de lo intangible. Un Puigdemont apareciéndose a la ciudadanía desde la tiniebla azulada del televisor es algo parecido a un dios. Un dios pequeño y dubitativo, sin duda; pero que ya puede decir, emulando al marqués de Bradomín: "Lloré como un dios antiguo al extinguirse su culto".

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios