EL interés de la empresa rusa Gazprom por entrar en el accionariado de la petrolera española Repsol, desvelado por el vicepresidente del Gobierno de Moscú tras entrevistarse con el ministro de Industria de España, Miguel Sebastián, tiene un calado económico, financiero y político fuera de lo común. Gazprom es una compañía de capital mayoritariamente público que funciona en régimen de monopolio y controla el 17% de las reservas mundiales de gas (y el 50% de los suministros energéticos de la Unión Europea). Y no sólo eso: también es el instrumento privilegiado del poder político nacido en Rusia tras el desplome del comunismo y las etapas de Gorbachov y Yeltsin para adquirir un papel de superpotencia de nueva dimensión. Putin, que es su indiscutible hombre fuerte aunque haya tenido que cambiar la Jefatura de Estado por la de Gobierno, ya ha utilizado el gas en los conflictos que ha mantenido en los últimos años con las ex repúblicas soviéticas, y su control de esta fuente de energía no deja de jugar su papel en las relaciones de Rusia con Europa y en su búsqueda de una hegemonía renovada en la escena internacional. Gazprom, que emplea a medio millón de personas, es realmente un complejo económico y de presión que conjuga intereses en la construcción y la banca, entre otros sectores, y el mecanismo favorito de la nomenclatura rusa para asentar su poder. Por todo ello, su objetivo de hacerse con el 20% de Repsol que ha puesto a la venta Sacyr deviene una operación delicada y problemática. Es contrario al interés de España que la principal empresa petrolera del país, con amplias ramificaciones en la América Latina, tenga como accionista de referencia al gigante monopolista de Rusia enfeudado con el poder. Se trata de un sector netamente estratégico para nuestra economía, que no puede quedar sometido a designios extranacionales y vaivenes de la coyuntura internacional. Las inversiones extranjeras son bienvenidas, e inevitables, en una economía globalizada como la actual, pero hay ámbitos en que resultan inconvenientes, sobre todo si aspiran sin disimulo a posiciones de dominio. El vicepresidente Solbes fijo ayer que le chirriaba la operación de Gazprom. Es la postura correcta, que debe ser seguida de una firme decisión de impedirla.

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