¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

18 de julio

EL golpe de Estado del 18 de julio fracasó, entre otros factores, por la movilización de las organizaciones sindicales anarquistas y socialistas, al igual que los cuadros medios y las bases del Partido de la Justicia y el Desarrollo de Erdogan consiguieron derrotar, la pasada noche del viernes, a los tanques que bloqueaban los puentes que salvan el Bósforo. Entonces, en 1936, no existían las redes sociales, pero sí la radio, arma propagandística que fue fundamental en aquella calurosa jornada. La gran diferencia entre un golpe y el otro es que, en el caso español, los sublevados, aunque fueron derrotados en Madrid y Barcelona, aguantaron en ciudades de peso medio como Pamplona o Sevilla, y la guerra civil -la misma que por ahora se ha esquivado en Turquía- fue inevitable en aquella España de chicharras y tiros.

La afición histórica de los mediterráneos por los golpes de Estado es llamativa y, guste o no, da una cierta unidad cultural al Mare Nostrum, como las casas con patio, la afición al luto o la religiosidad popular colorista y bullanguera. Rara es la generación portuguesa, española, griega o turca que no ha vivido su intentona. Incluso Francia e Italia tuvieron sus escarceos con el golpismo en sus momentos más duros de la segunda mitad del siglo XX. El nomenclátor urbano español está repleto de nombres de los grandes espadones del XIX y muchos simpatizantes de la izquierda sienten una efervescencia en el alma cuando escuchan el Grândola, vila morena con el que los capitanes de Portugal pusieron fin al salazarismo. Desde que César lanzó los dados a orillas del Rubicón hasta la estampa tragicómica de Tejero en el Congreso, el golpe de Estado fue parte de nuestra praxis política como ahora lo son los debates televisivos.

El problema de España fue que el 18 de julio dejó de ser un golpe para convertirse en una terrible guerra civil cuyas heridas aún siguen expuestas al inclemente sol del estío. Todavía hoy, cuando se cumplen 80 años de aquella fecha, los españoles seguimos arrojándonos a la cara las lápidas de nuestros abuelos. En 1957, en una entrevista que le hizo la revista cubana Bohemia, Dionisio Ridruejo dijo: "Al cabo de tantos años muchos de los que fuimos vencedores nos sentimos vencidos; queremos serlo". No sabemos si las nuevas generaciones comprenderán exactamente el sentido de estas palabras pronunciadas por un hombre que buscó con ahínco y sacrificio de su libertad y hacienda la reconciliación entre los españoles. Nos tememos que no. Algunos prefieren seguir jugando a la guerra de sus abuelos, volver continuamente a aquel caluroso 18 de julio.

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