opinión

Carmen Sigüenza (Efe) / Madrid / Ignacio F. Garmendia

El látigo del hombre contemporáneo Uno de los grandes

Philip Roth, uno de los escritores más influyentes de su generación y heredero de la gran tradición novelística estadounidense, obtiene el Príncipe de Asturias por su capacidad para capturar "el desasosiego del presente"

Eterno candidato al Nobel y laureado con los máximos galardones que puede recibir un escritor, el estadounidense Philip Roth obtuvo ayer el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. "Es particularmente conmovedor para mí haber recibido esta noticia sólo unas semanas después de la muerte de Carlos Fuentes", declaró un Roth "encantado" aunque también apenado por la falta de su "querido amigo" mexicano: "Quisiera que estuviese vivo para poder oír su voz melodiosa al otro lado del teléfono dándome la enhorabuena con su cortesía habitual".

El acta del jurado, presidido por el director de la Real Academia Española, Jose Manuel Blecua, destaca la compleja visión de la realidad contemporánea que ofrecen los trabajos de este escritor "que se debate entre razón y sentimientos como el signo de los tiempos y el desasosiego del presente", y cuyas obras están profundamente enraizadas en la tradición de la gran novelística de Dos Passos, Fitzgerald, Hemingway, Faulkner, Bellow o Malamud.

Roth se embolsará 50.000 euros y recibirá además la reproducción de una estatuilla de Joan Miró por hacerse con este reconocimiento al que aspiraban en esta edición 24 candidatos, entre los que figuraban Haruki Murakami (segundo en las votaciones), Alice Munro, Cees Noteboom, António Lobo Antunes, Jonathan Franzen, Rodrigo Rey Rosa, John Banville o Antonio Gala, además de los Nobel Gabriel García Márquez y J.M.Coetzee.

A todos ellos se impuso ayer Philip Roth, nacido en Newark (Nueva Jersey) en 1933 en el seno de una familia judío-norteamericana emigrada de la región europea de Galitzia (actualmente en Ucrania), y escritor experto en manejar el bisturí para escudriñar el alma humana explorando el dolor, la crueldad o la soledad, sin perder de vista la ironía. Una ironía con frecuencia muy ácida que a veces ha tomado cuerpo en el personaje de algunas de sus novelas, Nathan Zuckerman, su alter ego y látigo.

Roth es uno de los cuatro escritores estadounidenses más importantes e influyentes, junto con Thomas Pynchon, Don DeLillo y Cormac McCarthy; al menos así opina el pope Harold Bloom. Publicó su primer libro, Goodbye, en 1959, y después de éste siguieron dos obras más, pero el éxito y la fama le llegaron con El lamento de Portnoy, en 1966, el monólogo que un narrador con problemas sexuales ofrece ante su psiquiatra.

Desde entonces no ha dejado de escribir para retratar el tiempo que le ha tocado vivir, y meter la lupa en el fondo del ser humano y su país, sin olvidar el hecho judío y su encaje con la sociedad. Su trilogía estadounidense, también llamada Los Estados Unidos perdidos, en la que mezcla historias y tiempos narrativos, y que reúne Pastoral americana (1977), Me casé con un comunista (1998) y La mancha humana (2000), acaparó los premios más importantes, entre ellos el National Book, el Pulitzer o el Nacional de la Crítica.

Después vendría otra revuelta de cimientos con La conjura contra América, en 2005, donde plasmó una visión alternativa de la historia de Estados Unidos: el presidente Roosevelt es derrotado por el aviador Charles Lindbergh, un antisemita declarado que firma un tratado de paz con Hilter. Otros temas de sus narraciones son la memoria, la vejez, la iniciación a la vida, la sombra del padre y el sexo, que tiene gran peso en El pecho, una irónica y surrealista historia que le valió no pocas comparaciones con Kafka; en ese libro narra la vida de un profesor de literatura que un día se despierta convertido en un enorme pecho de mujer.

Roth, que publica cada año un libro, publica en España su obra en el sello Mondadori, y sus últimos títulos han tenido un éxito de crítica y público sin precedentes, como Indignación, de 2009. John Banville la considera su mejor novela desde La contravida. En aquélla narra la historia de un joven estudioso de Nueva Jersey que, harto de vivir con sus padres, los abandona, un argumento a partir del cual el autor da forma a un relato de iniciación, experiencia, resistencia y, de nuevo, descubrimiento del sexo. Su última obra, Némesis (2011), es una provocativa y desgarradora novela en la que la narración gira en torno a una epidemia de polio en época de guerra -verano de 1944- y sus efectos sobre la comunidad de Newark asentadas en unos arraigados valores familiares.

Philip Roth sumó ayer a su impresionante carrera el Príncipe de Asturias de las Letras, un galardón a un autor profundamente contemporáneo. Una ráfaga de intensa luz en tiempos oscuros.

LA literatura norteamericana del siglo XX ha dado un número admirablemente alto de excelentes narradores, pero si hubiera que elegir sólo unos pocos, el nombre de Philip Roth sería uno de los fijos en cualquier antología. Faulkner, Hemingway, Fitzgerald, Cheever, Bellow o Updike, si no contamos -pero sería imperdonable- al rusoamericano Nabokov. Junto a ellos, el casi octogenario Roth es uno de los grandes novelistas contemporáneos de la lengua inglesa. Incluso dentro de una tradición literaria como la estadounidense, caracterizada en general por el despojamiento y la economía narrativa, la escritura de Roth -que tendió a la incontinencia pero fue haciéndose con el tiempo más desnuda y esencial, sin perder su tono incisivo ni su proverbial crudeza- ha llegado a representar la depuración absoluta.

Los conflictos raciales o identitarios, las contradicciones y debilidades de la sociedad norteamericana, el mundo ingobernable de las pasiones o el sexo en su versión más desinhibida, son algunos de los temas recurrentes de Roth, en cuya obra confluyen la vocación de satirista político, el gusto judeoamericano por la farsa, una visión escéptica de la naturaleza humana y la convicción de que las pulsiones irracionales, como afirma el psicoanálisis, están detrás de muchos de nuestros comportamientos y motivaciones. Empezando por los suyos propios, porque Roth, obsesivo hasta la neurosis, no ha tenido reparos en recrear sus orígenes, su trayectoria personal y sus conflictos íntimos en su obra narrativa, por la que deambulan varios personajes -Alexander Portnoy, David Kepesh, Philip Roth o Nathan Zuckermann, este último como verdadero alter ego- que o reviven algunas de sus experiencias o son trasuntos apenas velados del autor, en clave irónica o a menudo sarcástica.

El mal de Portnoy, que fue uno de sus primeros éxitos, y la más reciente Trilogía americana, son algunas de sus obras maestras, pero entre ellas debe contarse por fuerza la autobiográfica Patrimonio, una conmovedora historia verdadera de obligada lectura para los interesados en su mundo narrativo. Ahora bien, en otras ocasiones, todo hay que decirlo, sin dejar de ser un gran narrador, Roth se ha acercado peligrosamente a su caricatura. La vejez, la desposesión, la enfermedad y la muerte, junto a una fijación por el sexo que no ha menguado con los años, caracterizan sus obras de la última década, que proponen una visión crítica y desesperada de la realidad, nihilista, crepuscular y alejada de toda trascendencia.

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