El patio político

Guillermo Ortega

La libertad de expresión

EL viernes, en su maratoniano encuentro con los medios, Antonio Jara soltó una frase que me gustó mucho. No la recuerdo exactamente, pero estaba hablando sobre su derecho inalienable a la libertad de expresión y vino a decir que si alguna vez había herido la sensibilidad de alguien, a lo mejor el problema no estaba en él, sino en lo sensibles que son algunos.

Escuché eso, asentí mentalmente como para decir que no podía estar más de acuerdo, recordé que hace muy poco se cumplió un año desde que me dejan escribir pamplinas en este patio, até cabos y el resultado es esta columna, tan prescindible como cualquiera de las anteriores pero ejemplo (suenen fanfarrias, por favor) de libertad de expresión. Ni una coma me han tocado en todo este tiempo, oigan.

Tampoco han sido muchos los que se han rebotado conmigo a cuenta de lo escrito, lo que me hace sospechar que no soy un best-seller, pero alguno, para compensar, ha tenido el detalle de hacerme llegar su discrepancia, verbalmente o por escrito. Y como no podía ser menos, respeto su libertad de expresión.

Me viene al pelo un ejemplo reciente. De hace una semana, sin ir más lejos. Escribí sobre la religión y la falta de respeto y mencioné que hay ciertas manifestaciones católicas que me resultan molestas, como las campanas que tañen antes de las ocho de la mañana o los tambores que martillean de madrugada.

Al poco recibí un comentario en la web de una señora que replicaba diciendo que seguro que no me molestaban ruidos diurnos como los de las motos o las bocinas de los coches y aconsejándome que me acostara más temprano para que las campanas matutinas no me parecieran tan enojosas.

También me molestan esos ruidos diurnos a los que ella alude, pero no voy a entrar en eso de que lo uno no quita lo otro. Ni siquiera voy a valorar el hecho, discutible, de que a una persona que ya hace tiempo es mayor de edad se le recomiende irse a la cama más prontito. Es la libertad de expresión de ella y la aplaudo. Es más: a esa buena señora la invitaría a cenar y todo. Tempranito, eso sí, no vaya a ser que se nos vaya el santo al cielo charlando y nos veamos obligados a trasnochar.

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