la tribuna

Nacho Asenjo

La libertad de gatos y pájaros

NO creo que Barack Obama, la princesa Ortiz y yo tengamos mucho en común, pero sé que los tres hemos leído la última novela de Jonathan Franzen, Libertad (Salamandra). Se trata, sí, de una novela sobre la libertad, pero no es la historia romántica de un grupo de gente que lucha por conseguirla, sino el relato torturado y sórdido del difícil aprendizaje de su ejercicio. Ser libre es poder tomar decisiones sin que nadie nos las imponga (en nuestra vida sexual, por ejemplo), pero también es la tentación permanente de no enfrentarnos a las consecuencias de esas decisiones (un bebé, por ejemplo). Letizia Ortiz debe de saber mucho sobre consecuencias indeseadas de decisiones tomadas en plena libertad; por eso, que eligiera este libro tiene su picante.

Barack Obama también conoce bien el tema: su padre fue un hombre tan libre que nunca se ocupó de él. La libertad es difícil de ejercer, pero tanto Franzen como Obama (y supongo que Letizia) saben que es aun más difícil vivir sin ella. Eso debió de pensar Obama cuando en mayo pasado decidió apoyar públicamente una expansión de las libertades en su país: la legalización del matrimonio homosexual.

La reciente convención del Partido Demócrata ha puesto de manifiesto que Obama y su equipo quieren poner en primer plano las cuestiones morales y cívicas para contrarrestar la estrategia republicana de centrar el debate electoral en la economía. Tradicionalmente, son los republicanos lo que agitan estos debates, ya sea el aborto o la posesión de armas, pero ahora los demócratas sienten que tienen que movilizar a su base. En 2008, la victoria de Obama suponía de por sí un triunfo simbólico de las libertades cívicas y se podía permitir evitar ese terreno minado. Esta vez el electorado izquierdista es más exigente y le exige que presente una agenda progresista.

En nuestro país, la derecha también se concentró en las cuestiones económicas para ganar las elecciones de noviembre pasado, pero desde que está en el Gobierno siente la permanente tentación de compensar las malas noticias con iniciativas morales que satisfagan a sus votantes más fieles, como la de Gallardón sobre el aborto. Cada iniciativa provoca una reacción airada de los medios progresistas y de buena parte de la población.

Y es que en España y en Estados Unidos las cuestiones morales dividen a la población en dos campos claramente identificados. Estos enfrentamientos tienden a paralizar la capacidad de la democracia para generar consensos. Es extraño que, al contrario que la mayoría de estados europeos, España comparta esta viciosa característica con una de las democracias más antiguas y vivas del mundo. Y ese debate cainita gira siempre en torno a la libertad: la libertad de casarse, la libertad de abortar, la libertad de llevar armas, la libertad de tomar drogas, la libertad de investigar con células madre, la libertad de educar a sus hijos según sus creencias. No conseguimos ponernos de acuerdo sobre cómo repartir las libertades.

En su libro, Franzen desarrolla una buena metáfora sobre esta cuestión. Cuando hace buen tiempo, una señora que vive en una urbanización suelta a su gato. El animal corre al bosque del terreno contiguo, que pertenece a un activista ecologista y sirve de punto de apoyo para pájaros migratorios. Pero el gato es un gran cazador de pájaros y el bosque se va convirtiendo en una trampa para las aves. Para ejercer su majestuosa libertad, el pájaro migratorio necesita un bosque libre de gatos, pero no parece lógico obligar a la señora a tener a su gato encerrado. Es un dilema moral sin solución aceptable, pero el ecologista, crispado, sólo puede pensar en una cosa: matar al gato.

El temor al enfrentamiento violento es lo que muchas veces nos empuja a dejar estos debates de lado y pensar que la convivencia es posible aunque la sociedad esté dividida. Y sin embargo, hay cambios que se van gestando lentamente, de manera casi imperceptible, y cuando emergen la sociedad los acepta con naturalidad. Ocurrió en España con el matrimonio homosexual y parece que en Estados Unidos se va siguiendo esa senda. Desde que el presidente tomó una posición claramente a favor, las encuestas muestran que una mayoría de americanos lo ve favorablemente.

En países así, quien ejerce la política tiene una grave responsabilidad: intentar hacer avanzar la sociedad en la dirección que sus valores le indican y al mismo tiempo evitar que ese debate se crispe y divida a la sociedad en facciones enfrentadas. Me parece justo decir que Obama ha sabido encontrar ese equilibrio, mientras que Gallardón ni siquiera lo ha intentado.

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