crónica personal

Pilar Cernuda

La losa de Carrillo

LA losa de Carrillo se llamaba Paracuellos, una losa que le persiguió hasta el día de su muerte. Ni siquiera su papel fundamental en la Transición, la generosidad con que aceptó las reglas que marcarían el rumbo de una España mejor, una España con futuro, lograron que millones de españoles dejaran de torcer el gesto cada vez que escuchaban el nombre de Santiago Carrillo.

Fue víctima de insultos y agresiones verbales en multitud de ocasiones, de artículos y libros que ponían de manifiesto que, si no impulsó, por lo menos podía haber evitado aquella matanza. Ahora, el día de su fallecimiento, sería injusto centrar su biografía en aquel hecho que ha sido determinante para pasar página de una cruenta guerra civil. Pero sería igualmente injusto que esa losa, ese nombre, impidiera que se valore el trabajo de Carrillo en un momento en el que España necesitaba de todos para dar paso a la democracia después de casi cuarenta años de dictadura. Y si es cierto que Carrillo no fue el único dirigente político que dio el do de pecho en aquellos años tan complicados, no lo es menos que había sido el que más había sufrido las consecuencias del franquismo. Vivía exiliado, varios de sus compañeros de partido se pudrieron en las cárceles o perdieron la vida al regresar a España y Carrillo no pudo hacerlo porque sabía que le esperaba el pelotón de fusilamiento. Ni siquiera sus hijos sabían que su padre era el secretario general del PCE y se llamaba Santiago Carrillo, así eran preservados del peligro que suponía apellidarse Carrillo.

En su biografía hay un hecho que marcó la historia de la democracia: el encuentro que mantuvo en otoño del 74, en París, con Nicolás Franco Pasqual del Pobil. El sobrino de Franco, a petición del entonces Príncipe Juan Carlos, almorzó con Carrillo en París sin decirle quién le mandaba, para explicarle que a la muerte de Franco Juan Carlos sería un rey que apostaría abiertamente por la democracia plena. Pedía a Carrillo que, llegado ese momento, confiara en el Rey para que el tránsito fuera pacífico y sin convulsiones políticos. Hasta muchos años más tarde no supo Carrillo de quién era mensajero Nicolás Franco, pero le creyó y desde el primer momento cooperó en la Transición.

Su relación con don Juan Carlos fue de confianza e incluso de afecto, hasta el punto que dijo públicamente que habría sido un gran presidente de la República. Ese afecto y su contribución a la Transición diseñada por el Rey desde antes de su proclamación explican que los Reyes se desplazaran hasta el domicilio del viejo dirigente comunista para abrazar a su mujer y a sus hijos.

Ha muerto uno de los grandes de la Transición. Con pasado. Pero en esa época de tránsito demostró ser un nombre con sentido de Estado que anteponía los intereses de España a los intereses de partido.

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