Hace cinco meses, decíamos aquí que, a tenor de la información disponible por la prensa, a un lego jurídico como quien esto escribe le parecía que cinco tiarracos, en incursión de celo programado, con una muchacha apenas mayor de edad, muy bebida, en un portal y haciéndole en corro sexo oral, vaginal y anal -multiplicado por cinco, es importante-, si no eran un comando violador, merecían ser considerados así: el Derecho, ¿no debería responder al sentido común? Por un presagio dadas las largas garantías judiciales que rigen en este país, me barrunté que iban a caer unos diez años por barba a cada machote desechable. Permitan la autocita por un día. Lamento haber atinado.

Como la indignación de muchísima gente en esta semana ha petado las costuras sociales de un país de por sí en permanente estado de convulsión, y casi todo se ha dicho y escrito, obviamos mayores comentarios sobre la sentencia. Sí es pertinente traer al hilo la forma en que nos divertimos. O, mejor dicho, cómo se divierten desde los jueves las cohortes más jóvenes de españoles. Y en qué se han convertido nuestras fiestas mayores y menores. San Fermín, la Tomatina, Fallas o las propias ferias de cada municipio derivan, inexorablemente, en botellón: bullas indistintas. Pastillas, lisérgico, coca y también sustancias criminales como la burundanga pululan por el botellódromo sembrado de bolsas de plástico. Llamados lotes, por si usted, apreciable pureta, desconoce el término. Uno ha transitado desde la litrona a morro hasta el gintonic y el escocés en petit comité. Hay, pues, pericia para opinar que beberse media botella de ron por barba, y en muchos casos una entera, en la calle es un arma de destrucción masiva. Que a largo plazo es una bomba de relojería para la salud pública. Que molesta a otros, bien lo saben los afectados.

El Congreso, con buen criterio y tarde, pretende atajar los excesos del botellón, tan preñado de farfolla sobre el "equilibrio entre el derecho a divertirse y el del descanso de otros ciudadanos". Tan contaminado por el electoralismo, o sea, de irresponsabilidad política. Se va a establecer una tasa cero de alcoholemia para conductores de motocicleta. Más un registro hospitalario -más peliagudo- de jóvenes intoxicados etílicos. Pero esto es España y debemos aventurar falta de unanimidad en las votaciones parlamentarias de esta nueva ley en ciernes. Por un puñado de votos jóvenes, dando coba cada uno a su nicho de votantes. Y dándose palos unos a otros ante asuntos que, a la vista de los fatídicos hechos, son asunto de Estado.

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