la tribuna

Antonio Montero Alcaide

Cuando mandan las mujeres

EMPECEMOS bien y, para ello, interesa precisar el título. Una cosa quiere decir éste si "cuando", tal como aparece, es una conjunción temporal que alude al tiempo, al punto o a la ocasión en que ocurre algo, y otra bien distinta es preguntar, con "cuándo" como adverbio de tiempo, pues eso mismo, en qué tiempo ocurre algo. Se trata, por tanto, aquí de contar determinadas cuestiones que se aprecian cuando mandan las mujeres, pero no de discernir cuándo lo hacen, que eso es harina de otro costal.

A la primera situación, entonces, han prestado interés tanto la Escuela de Dirección de Empresas de la Universidad de Navarra (IESE) como Edenred, que ocupa una posición mundial destacada en servicios de prepago relacionados con la mejora del desempeño de las organizaciones y el bienestar de quienes trabajan en ellas. Y, a tal efecto, han elaborado un estudio después de considerar una muestra de 1.200 trabajadores españoles (57% hombres y 43% mujeres), de distintos sectores de actividad y con diferentes grados de responsabilidad y edades.

Una primera conclusión puede traer causa de la controvertida "guerra de los sexos" porque establece, de manera general, que los empleados valoran peor a sus jefes si son del sexo contrario. Sin embargo, este resultado tiene matices cuando se indaga en la satisfacción de los trabajadores referida al equilibrio entre la vida profesional y personal, porque, en ese caso, se prefiere de jefe a una mujer, sobre todo, por los trabajadores con más de cincuenta años. Y tal satisfacción es mayor en los hombres cuyo jefe es una mujer que en las mujeres con jefa. Luego ya tenemos una pista para apreciar qué ocurre cuando mandan las mujeres: los trabajadores de más edad, incluso en mayor medida si son hombres, están más complacidos con la manera de conciliar el trabajo y la vida personal que procuran las jefas.

¿Y cuáles son los superiores peor valorados? Pues los hombres sin hijos, pero esto de tener o no vástagos también importa. Cuando los empleados tienen hijos, valoran mejor a los jefes que asimismo los tienen, especialmente si son mujeres. Pero, ante jefes sin hijos, los trabajadores que tampoco los tienen manifiestan una impresión más grata sobre el equilibrio trabajo-familia que los empleados con hijos. Esto es, tener o no hijos, ya sea entre jefes o subordinados, influye en la conciliación de familia y trabajo, con una satisfacción más afín cuando coincide que jefes y empleados tienen o no hijos.

Si se repara en cinco competencias directivas -el carácter, la comunicación, la habilidad, la cooperación y el reconocimiento-, casi una cuarta parte de los jefes no las desarrolla adecuadamente en tres de las cinco y los empleados prefieren, entre ellas, la comunicación. En el caso del reconocimiento, los hombres se sienten igualmente reconocidos ya sea su jefe hombre o mujer, pero entre las empleadas esa percepción es mayor si el jefe es una mujer. En definitiva, el reconocimiento del trabajo de las mujeres es más apreciable cuando son dirigidas por mujeres que por hombres.

Considerado, por otra parte, el hecho de que el trabajo sea algo más que un modo de ganar dinero, quienes piensan que, además, pueden aprender o hacer algo útil a otros están mucho más satisfechos con su trabajo que los empleados sin motivaciones añadidas. Estos últimos, además, valoran peor a sus jefes y expresan mayor intención de cambiar de empresa. Luego el trabajo desarrollado con cierto altruismo parece repercutir en la satisfacción y la estabilidad laboral.

Claro que tampoco estaría de más preguntar a los trabajadores no ya si prefieren de jefe, por qué y para qué, a un hombre o a una mujer, sino otra cuestión todavía más categórica: si quieren tener jefes o ser jefes de sí mismos. Sabido es que en cualquier organización jerárquica -y pocas pueden ser lo primero, organización, sin lo segundo, jerarquía- rige el principio de que siempre existe un superior del que se depende: por eso las órdenes también siempre vienen "de arriba". De ahí que ser jefe de sí mismo sea una condición extraordinaria en la que, incluso sin un superior real, hasta cabe ser mandado, ya que opera una casi intrínseca disposición a obedecer: si bien muy distintas serán las órdenes que cada cual se dé para gobernarse. Pero mientras ese estado no resulte posible, hay que apechugar con los jefes y recuerdo haberle reconocido al más duradero de los míos -sin adulación, porque ya no lo es- que me gustaba ser mandado por mujeres o por hombres con maneras femeninas de mandar. Y estas últimas, al cabo, son las que registran más complacencia y beneplácito porque, puestos a tener jefes, uno quiere ser bien mandado.

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