¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

El marqués de Vargas Llosa

En el asunto catalán, Vargas Llosa ha sabido estar donde debía. Otros títulos del reino no lo han tenido tan claro

Dice un querido amigo y maestro que un marqués, en estos tiempos, "sólo sirve para invitar". Es una boutade con la que él, que borda coronas en sus camisas, trata de quitar importancia con su habitual caballerosidad a lo que sabe que le viene por la sangre y no por el mérito, como la nariz grande o la rotundidad de su presencia. Sin embargo, esta semana, hemos visto cómo un recién llegado al Gotha, el marqués de Vargas Llosa, ha dado lustre a sus armas poniendo al servicio de la democracia española y la Constitución todo el prestigio que le confiere el haber escrito algunas de las novelas más brillantes de la historia de la literatura en castellano (La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral y La fiesta del Chivo). El que Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura e intelectual muy respetado en Europa y América, haya salido a la palestra para denunciar el sinsentido del independentismo catalán no es desdeñable y revela, una vez más, su arrojo de caballero de Miraflores en los asuntos públicos. Nadie le exigía nada, pero él, marqués al fin y al cabo, sabe que noblesse oblige y que la talla de una persona, sea cual sea su postura ideológica, se demuestra en los momentos duros, cuando en el fragor del debate puede acabar uno malherido y pidiendo el caballo. Los secesionistas tienen al eximio escritor galaico Suso del Toro; los constitucionalistas, al noble criollo Mario Vargas Llosa. Compare el lector y saque sus propias conclusiones.

No vamos a descubrirle a nadie quién es Vargas Llosa. Cierto es que en los últimos tiempos lo hemos visto demasiado en el papel cuché, pero, al fin y al cabo, los pecadillos provocados por el amor son los más inocentes. Lo edificante de su figura, más allá de su condición de Don Juan otoñal, es la valentía civil que siempre ha demostrado, desde su temprana oposición al castrismo hasta sus continuas denuncias de las dictaduras militares. Nunca rehuyó ninguna polémica cuando creía que estaba en juego la justicia, la razón o la libertad, lo que le ha granjeado la enemistad eterna de nuestra encantadora progresía, siempre celosa de ejercer el monopolio intelectual.

El miércoles, mientras los jueces y la Guardia Civil defendían el Estado de Derecho y la unidad de España en Cataluña, muchas voces se escudaron tras el cómodo parapeto de la equidistancia. No fue el caso del marqués de Vargas Llosa, que supo en todo momento dónde había que estar. Otros títulos del reino, más aficionados al tenis que a la lealtad de la que presume el gremio, no lo tuvieron tan claro.

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