Rosa de los vientos

Pilar Bensusan

bensusan@ugr.es

¿Hemos matado a Rita?

Sorprende que los peperos que contribuyeron a su aislamiento, hayan repartido culpas entre los medios de comunicación

He de reconocer que la muerte súbita e inesperada de Rita Barberá, tras sufrir un infarto el pasado miércoles en el Hotel Villa Real de Madrid, a escasos 40 metros del Congreso, me ha impresionado bastante. Y reconozco que, después de que Celia Villalobos responsabilizara a los medios de comunicación de condenar a muerte a la ex alcaldesa de Valencia, de que Rafael Hernando dijera que los medios la han convertido en "un pimpampum al que golpear", de que Jesús Posadas afirmase que "ha habido una cacería injusta contra ella", de que Rafael Catalá hablara de "crítica excesiva e infundada", o de que Iñigo de la Serna hablara de "campaña de acoso" perpetrada "a lo largo de meses", he reflexionado bastante sobre mi presunta culpabilidad y la de todos quienes trabajan en los medios en la muerte de Rita.

No niego haber afilado mi pluma en múltiples ocasiones contra la ahora difunta, y mayormente desde que se conoció su presunta implicación en un "pitufeo" de 1.000 euros por el blanqueo de capitales en el PP valenciano, criticándole fundamentalmente que se aferrara al sillón de senadora a pesar del vacío al que decidió someterla su propio partido al condenarla a un exilio "voluntario". Y aunque España no es Alemania -recuerden a Karl-Theodor zu Guttenberg, ex ministro de defensa, que dimitió inmediatamente tras saberse que había plagiado su tesis doctoral-, antes de pasarse al Grupo Mixto, junto con Convergència, Compromís o Bildu, Rita debería de haber dimitido por dignidad.

Pero en este debate nacional sobre quien ha matado a Rita, algunos han ampliado el espectro de presuntos culpables a Ciudadanos, a los jueces estrella, a las redes sociales, o a Unidos Podemos -ciertamente insensibles y oportunistas, menos Joan Baldoví, que sí demostró tener altura política respetando el minuto de silencio y subordinando su animadversión política a la muerte de una compañera-, aunque las tintas se han cargado mayormente contra los medios de comunicación, cuando ha sido su propio partido quien le dio la espalda, la suspendió de militancia y la expuso al escarnio político pedido desde la oposición, porque ya era un estorbo para la maltrecha imagen del PP y para la gobernabilidad de Rajoy. Los emergentes Maroto, Casado o Alonso, presionaron porque el interés mediático de la populista ex alcaldesa estaba salpicando en exceso al partido, y en Valencia Isabel Bonig también hizo lo posible por quitársela de en medio. Sorprende pues ahora que García-Margallo, tras la muerte de Barberá, afirme que a Rita "la traicionaron los suyos" o que sufría una enorme depresión, cuando a él le vimos en vivo y en directo hacerle una "cobra" frustrada a la "apestada" Rita en la apertura solemne de las Cortes, cuando buscaba desesperadamente el cariño de sus ex compañeros. Sólo Aznar se ha atrevido a apuntar al PP al lamentarse de que Barberá "haya muerto habiendo sido excluida del partido al que dedicó su vida".

Y sorprende que los demás peperos que contribuyeron a su aislamiento y depresión, hayan salido ahora a repartir culpas entre todos los medios de comunicación. Pero no olvidemos que Rita ha muerto de un infarto y de que fue ella la que decidió voluntariamente seguir adelante y aferrarse a su escaño del Senado, sometiéndose a una sobreexposición mediática pese a su imputación…

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