Granada es conocida por dos cuestiones que la diferencian de cualquier otra ciudad del mundo: la Alhambra y Federico García Lorca. Cuando he viajado a países del norte siempre me han dicho, ¿Granada? -Ou, yes, La Alhambra-, sin embargo, viajando al oeste nuestros hermanos latinoamericanos no sólo conocen la Alhambra pues incluso antes que el monumento señalan también la vinculación directa de nuestro poeta universal con la ciudad.

Sin embargo, no podemos olvidar que fueron granadinos quienes asesinaron a Federico, y pueden ser granadinos también quienes acaben con nuestra ciudad. La codicia de unos pocos y la connivencia o la desidia de quienes nos gobiernan, están favoreciendo la venta de Granada en el mercado global. Tal y como ocurre en otras capitales (París, Lisboa, Barcelona, Sevilla…), los barrios históricos están siendo ocupados por turistas alojados en apartamentos que tributan poco o nada, generan menos empleo y más precario si cabe, y además suben el precio de la vivienda haciéndola inaccesible para la mayoría. Las tiendas de barrio son sustituidas por franquicias y servicios para los turistas, y los servicios públicos están desbordados por esta invasión en toda regla que intenta matar a pellizcos a quienes habitan y por tanto dan vida a la ciudad.

Cuando hayan acabado con Granada, los capitales inversores se irán a otra parte como siempre hacen, y nos dejarán tan huérfanos como cuando perdimos a Federico y ya sólo podremos recordar lo que fuimos en una ciudad irreconocible.

Pero, claro, todavía estamos a tiempo, y para empezar necesitamos ya un acuerdo entre todos los agentes del sector para definir un modelo turístico sostenible que esté basado en la planificación, en la regulación y en el empleo de calidad, lo que incluye un convenio justo para los trabajadores. Ello permitirá, entre otras cosas, ordenar las actividades alegales para hacer que paguen impuestos y salarios justos, y para limitarlas en las zonas saturadas, como el resto de alojamientos que sufren esta competencia desleal.

También necesitamos una tasa turística para que quienes nos visitan paguen una parte sustancial de los servicios públicos que se han organizado específicamente para el turismo. Como siempre, quien más tenga, más deberá pagar, pero en este caso, además, quien menos impuestos pague (por ejemplo, los apartamentos turísticos) o quien más impactos negativos genere, también deberá asumir una tasa mayor. Eso sí, con cifras de pernoctaciones que rondan los 7 millones anuales, es evidente que no necesitaremos una tasa muy alta, imaginemos por un momento que cobramos un media de un euro por noche, así podríamos darle la vuelta al proceso de degradación evitando ser responsables de un nuevo asesinato.

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