Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Con la muerte en los talones

El poeta dijo que, en el morir, son iguales pobres y ricos. Odiosa nivelación. Mejor un poco de igualdad pre-mortem

La muerte del poderoso era, y quizá lo siga siendo, un motivo de consuelo para el común. El poeta Jorge Manrique (1440-1479) lo explica muy bien en las Coplas a la muerte de su padre, donde pone el acento en que la muerte (permanentemente pegada a nuestros talones) nos iguala a todos. No conozco uso más ajustado de la palabra 'todos' que cuando nos referimos a la condición mortal del ser humano. Porque de la muerte no se libra ni Dios. Los sociólogos de la Literatura, una casta que tuvo mucha importancia hace años, denunciaban en ensayos-látigo las secretas e interesadas intenciones de caballero Manrique. La muerte como consuelo, la muerte como anestesia de las aspiraciones de justicia de la gente. La muerte niveladora del señor y el siervo. ¿Recuerdan las nobles palabras de Manrique?: "Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar, / qu'es el morir; / allí van los señoríos / derechos a se acabar / e consumir; / allí los ríos caudales, / allí los otros medianos / e más chicos, / allegados, son iguales / los que viven por sus manos / e los ricos". Triste consuelo que los párrocos se encargaban de repetir desde los púlpitos, para mantener a los de abajo, mansos y resignados. Para que no incendiaran las cosechas de trigo del opulento ni tomaran su casa por asalto, desesperados. El pueblo fiel (que tendría que haber exigido algo de igualdad pre-mortem), contribuía a la aceptación del trágala reproduciendo frases y refranes conformistas y niveladores, a la baja, como aquel que rezaba: "Pobres y ricos, llegados a la huesa, igualicos", que, en la línea de lo propuesto por clérigos y nobles, ayudaban a "la paz social". Luego, alguien fácil de contentar, recetó que más vale una morcilla que en el asador reviente que el caviar Beluga o el paté de hígado de pato engordado con higos servidos en la mesa de los que nos gobiernan. "Mientras", decía el inventor de tan humilde propuesta culinaria, "gobiernan mis días mantequillas y pan tiernos y en las mañanas de invierno, naranjadas y aguardiente". Seguramente que el poeta que escribió lo apuntado desconocía la máxima democrática de que si tú no haces política, alguien la hará por ti, buscando sólo su provecho. De conocerla, quizá se hubiera cuidado mucho de dejar en manos de los ambiciosos el gobierno del mundo y de sus monarquías. Y frailes escritores hubo que dejaron constancia de su rechazo de la contienda pública y de su inclinación a llevar una vida retirada, "ni envidiados ni envidiosos". No ha sido el caso de Rita Barberá, repentinamente fallecida en la árida soledad de un hotel. Luchó por el poder y por la gloria. Ya no se sabrá con seguridad si con buena o malas artes. Lo mejor será no aprovechar su muerte ni para insultos ni homenajes. Pero eso es muy difícil. En España, tenemos la mala costumbre de caramelizar o socarrar los huesos de los muertos antes de venderlos como huesos de santo o de diablo, y de agregarlos a la dieta.

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