Paso de cebra

José Carlos Rosales

El navegante Tomás Segovia

LOS que asistieron esta semana a las sesiones del Ciclo sobre Tomás Segovia (celebrado en la Facultad de Ciencias de la Educación bajo los auspicios del Festival de Poesía de Granada) tienen argumentos suficientes para valorar sin prejuicios la obra de un escritor que, además de escribir magníficos poemas, ha desbrozado viejos caminos para el pensamiento o la mirada, para el amor o la belleza, para la vida. Las diversas tradiciones heredadas sepultan muchas veces, al margen de su buena voluntad, los propósitos originarios de la escritura, sea o no poética; cada época ha de recuperar ese impulso que nos mantiene vivos y atentos: la fragilidad de los seres humanos, su nomadismo, la amenaza del miedo visible o invisible, la orfandad sin belleza, la conciencia del otro o el afán de ser libre.

Viajero insobornable del mundo y de los libros, Tomás Segovia cerró ese Ciclo leyendo un poema de Lo inmortal (1995-1997); bajo el título de 'El viejo poeta', su autor nos confiaba alguno de los lados de ese complejo prisma en el que ha ido conformándose su obra poética: "Todos los sitios donde un día supe / Tapar la boca a tiempo a mis certezas / Y dejarme anegar desnudo por la ola / Siguen mecidos para siempre / En su viva marea". Porque no hay nada peor para pensar o vivir que aferrarse a una certeza. Las certezas paralizan. Las certezas ofrecen seguridad a un bajo precio, el de renunciar a marcharte de los sitios y quedarte anclado sin remedio en el puerto de la doctrina o la apariencia.

"Sólo el que no navega puede sentir su orilla como propia", afirmó Tomás Segovia el viernes en el Carmen de los Mártires. Él, que ha conocido casi todos los límites, sabe mejor que nadie que una orilla nunca es suficiente, que no basta con ir de un sitio a otro, que lo valioso es estar llegando siempre, llegando para no quedarse. Quedarse sería lo mismo que no estar. El regreso es una fantasía.

Estas son las ventajas que una ciudad conquista cuando se abren sin temor sus puertas o ventanas: escuchar otras voces nos permite recordar lo que somos. Y al recordarlo con un poeta tan navegante y sabio como Tomás Segovia, volvemos a ser lo que estábamos a punto de olvidar. La huella de su enorme magisterio se quedará sin duda entre nosotros: sólo queda atreverse a seguir sus lecciones y trabajar para que el futuro no se parezca en nada a ese falso futuro que algunos planifican sin pensar en nosotros. La buena poesía no es más que eso: nostalgia del futuro, memoria de todo lo que no pudo ser. Esperemos que Tomás Segovia regrese alguna vez, que nuestro futuro lo busque y que el tiempo no cumpla sus peores amenazas.

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