UNO de los primeros titulares de The New York Times resumía ayer la dimensión histórica del triunfo de Barack Obama en las elecciones estadounidenses: ha caído la barrera racial. Es un hito, en efecto, que un afroamericano salido de los estratos sociales más humildes haya sido elegido presidente de la primera potencia mundial. Porque ha ocurrido, no se olvide, menos de medio siglo después de que los negros salvaran las barreras legales que en algunos estados norteamericanos les impedían estudiar en los colegios blancos y les forzaban a ceder el asiento en el autobús urbano a los blancos, que los tenían reservados. Obama representa, además, la esperanza de cambio para una nación desengañada y desanimada tras los dos mandatos de George W. Bush, en cuyo debe hay que anotar para siempre una respuesta dramáticamente errónea a la amenaza del terrorismo islamista (guerra de Iraq, Guantánamo, legislación restrictiva de las libertades, vuelos secretos) y la deslegitimación de Estados Unidos como líder indiscutible de los valores del mundo occidental, culminado con el estallido de la peor crisis financiera y económica en décadas, en buena parte por la aplicación integrista del libre mercado sin mecanismos de regulación y control al servicio de los contribuyentes. Lógicamente, a partir de enero, cuando tome posesión, Barack Obama habrá de confrontar sus ideas y su programa con la realidad, a sabiendas de que no sólo los norteamericanos que han confiado en él -y son muchos los que han votado al republicano McCain-, sino los ciudadanos del mundo estarán pendientes de su gestión. La crisis, Iraq, Afganistán, la política exterior (la mejora de las relaciones con España puede estar más cerca) y sus promesas de reforma sanitaria y educativa están, entre otros asuntos, en la agenda más inmediata. La recesión generalizada y el déficit norteamericano no son el contexto más adecuado para afrontar el cambio necesario, pero éste ha de erigirse en el guía ineludible de un mandato presidencial que, en realidad, tiene como objetivo histórico lograr que Estados Unidos vuelva a ser próspero y equitativo dentro de sus fronteras y respetado e influyente fuera.

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