Paso de cebra

José Carlos Rosales

josecarlosescribano@hotmail.com

Estar en las nubes

Mientras nos vamos acostumbrando al fragor de todos esos embrollos, nos hemos olvidado de las nubes

La vida pública se ha vuelto extenuante: siempre lo fue, sólo que ahora la intensidad de sus bravuconadas está alcanzando niveles tan agresivos de contaminación anímica que si nos quedáramos expuestos, sin la precaución adecuada, a los improperios y tergiversaciones que invaden televisiones y redes sociales, podríamos agotar para siempre nuestras pequeñas reservas de paciencia y buen humor, todavía milagrosamente intactas. Y no me refiero sólo a las tertulias políticas; también estoy pensando en los arrebatos de los comentaristas deportivos, en las pataletas de los concursos de cantantes sin rumbo, en las ruidosas trifulcas del corazón de aquellos que viven vendiendo sus carantoñas y despojos. Todos saben de todo; todos gritan sus verdades liofilizadas; todos agitan su adhesión inquebrantable o su malsana inclinación al narcisismo: todo el rato retándonos a tomar posiciones definitivas que durarán lo que dura un telediario. Todo ello bajo la urgente coacción moral de volvernos especialistas consumados en disciplinas que nunca nos preocuparon demasiado. ¿Quién no sería hoy capaz de dar una sesuda conferencia sobre la fusión (o no fusión) hospitalaria en provincias olvidadas? ¿Sobre la prisión preventiva y otras medidas cautelares para delitos de evasión fiscal y blanqueo de capitales? ¿Sobre organización y costes económicos de las llamadas consultas populares o populistas?

Mientras esa algarabía crece sin freno, mientras nos vamos acostumbrando al fragor de todos esos embrollos, nos hemos olvidado de las nubes. Sí, de las nubes. Porque las nubes son efímeras, su vida es limitada, aparecen y desaparecen, ni siquiera podrían protegerse en almacenes o museos. De ellas, tan sólo podríamos conservar una foto, un recuerdo tal vez. Las nubes van y vienen, nunca serán una especie protegida, no tienen ADN, son libres y viven a su aire. Hoy me he puesto a pensar en ellas, las veo pasar por encima de mi cabeza y leo que la Organización Meteorológica Mundial ha presentado una nueva edición del Atlas Internacional de Nubes. La anterior era de 1987. Y la primera, de 1896. Ahora las nubes aparecen clasificadas en sus 10 géneros habituales; no hay ningún género nuevo, pero sí aparecen doce nuevas especies: la del cirrus castellanus, por ejemplo, una rara variedad con torrecillas deshilvanadas y muretes desvaídos o débiles. Qué manera tan estupenda de gastar el tiempo: mirar nubes, clasificar nubes, siempre nubes sin jefes ni secuaces.

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