La nueva novedad

El mito ilustrado por excelencia se ha devaluado a causa del fetichismo de la mercadería

A propósito de las necesidades innecesarias, nos envía la amiga Soledad, que sabe de JRJ lo que no hay en los escritos, unos pasajes anotados por el poeta tras su llegada a Nueva York en los primeros días de su definitivo exilio americano, desde el que mantuvo siempre la lealtad a la República aunque se hubiera visto obligado a abandonar la península cuando comprobó, en el desquiciado Madrid del verano del 36, que los milicianos que paraban en la calle a todo el que llevara corbata -en su caso llegaron a mirarle la dentadura- podían matarlo en cualquier momento. Ya el título de las notas, Límite del progreso, incluidas en la monumental edición de Guerra en España, avanza una lectura restrictiva del mito ilustrado por excelencia, que nació de una visión optimista de la historia en sociedades aún no industrializadas y se habría devaluado -él habla con gracia de progresillo- a causa del fetichismo de la mercadería.

Como otros viajeros abrumados por la desmesura de la urbe, el desterrado descubre en la ciudad faro de la modernidad un fondo de melancolía, pero sus reflexiones se centran en los efectos de la mentalidad que hoy llamaríamos consumista -movida por el culto a la "inútil novedad nueva"- sobre la ajetreada vida de sus habitantes. El cuidado de los dientes, por cierto, es uno de los ejemplos que aduce para señalar la distancia entre la higiene razonable y la exigencia, aún mayor en nuestros días, de exhibir bocas de anuncio. Pero hay muchos otros y la propia Soledad, sin ir más lejos, nos habla de lo suyo con los yogures. De niña iba a comprarlos al economato del barrio, donde debía elegir los naturales porque los demás, según afirmaba su madre, sólo traían "porquerías de colores". Ahora bien, en la era de los hipermercados los cuatro sabores de entonces se han multiplicado monstruosamente hasta llenar metros y metros de estanterías en proporciones que rayan lo obsceno. A la vuelta de los años, dice la estudiosa, ha terminado por compartir el sabio escepticismo materno.

El "retruco progresista", como sugiere JRJ con clarividencia, trata de convencernos de que los mil sofisticados productos que ofrecen los propagandistas o llenan los escaparates de los comercios, con su mareante variedad y su continua reconversión de nombres, formatos y propiedades, son otros tantos avances encaminados a procurar el bienestar, que en realidad, como sabemos pero acaso hemos olvidado, tiene que ver con cosas que no dependen de los odontólogos ni de la cantidad de fibra en el organismo. El señuelo de la propia estima, al que también se refiere el poeta, se ha convertido en la falacia mayor de nuestro tiempo.

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