La ofensiva

Franco murió en 1975, y desde entonces la mayor rémora de la democracia ha sido el terrorismo de ETA

En puridad, lo único que ha frenado la propensión xenófoba de los nacionalismos patrios ha sido la Constitución española. Vale decir, la democracia del 78, cuyo mayor enemigo, durante largas y ominosas décadas fue el terrorismo aberztale. También el nacionalismo catalán tuvo su vanguardia asesina, Terra Lliure, pero su naturaleza episódica contrasta con la miseria estructural en la que se abismó la sociedad vasca durante largos, inacabables años. Quienes hayan leído Patria, la novela de Fernando Aramburu, ya sabrán algo, por lo demás, obvio: el terrorismo nunca opera sobre el vacío, sino que se sustenta sobre el miedo, la connivencia y la ceguera de una sociedad vertebrada por el odio. Un odio, sobra recordarlo, que ha nacido del ideal gregario nacionalista.

El hecho de que el PNV no haya esperado a que el independentismo catalán acabe de hundirse, podría interpretarse como un último intento de sacar provecho a un cadáver político. Al cabo, el nacionalismo no es sino la rebelión premoderna de las clases pudientes, y un gobierno débil es una oportunidad -lo hemos visto con el cupo- que los apóstoles del hecho diferencial no desaprovecharían nunca. Más tarde, los futuros gobiernos quizá no sean tan valetudinarios como el actual, de modo que es el momento de apremiar a un gobierno apremiado, perplejo y exánime. Debemos recordar, en cualquier caso, que el carácter de sus reivindicaciones no ha cambiado; y que dicho carácter no puede definirse, en rigor, como democrático. Para el caso concreto del nacionalismo vasco, uno recomendaría leer Galíndez, la novela de Vázquez Montalbán donde se detalla la ejecutoria del PNV en su exilio neoyorkino. Y en general, cualquier página de aquel vasco sectario, escalofriante y perturbado que fue don Sabino Arana. Para el nacionalismo in toto, el lector debería acudir a Hobsbawn y su estupenda La invención de la tradición. Y en cuanto al terrorismo en el XX, uno sugeriría El caso Moro de Sciascia, donde se retrata muy bien el cretinismo y la vileza intelectual de los terroristas y de quienes los apoyaron en aquella Europa próspera y desquiciada.

Para lo demás, basta con recordar que Franco murió en noviembre del 75, y que desde entonces la mayor rémora de la democracia española ha sido el terrorismo de ETA. Si a eso le añadimos la incesante y lastimera prédica nacionalista, es fácil entender tanto el extraordinario valor de la democracia española, como su ralentización por asuntos de naturaleza espuria.

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